domingo, febrero 03, 2008

El guía del Hermitage


¿Se puede seguir amando lo que ha dejado de ser visible? Esta tarde he ido a ver la obra de teatro El guía del Hermitage con mis queridos amigos Pez Losada y Pez Pièrre y me he emocionado no sólo por la alta calidad del la representación sino por el texto que habla precisamente de la perpetua visibilidad de lo invisible. Federico Luppi ha estado soberbio, no me esperaba menos de uno de mis amores platónicos de la interpretación, Manu Callau me ha conquistado con un registro difícil y veraz y Ana Labordeta, lo ha labordeado. Enhorabuena, sois unos monstruos del escenario. No sé cuánto tiempo han durado los aplausos, ni mi lagrimeo, quizás tanto como ha durado el aplauso incesante de otro monstruo del cine, Alfredo Landa, ahora, hace unos minutos mientras le entregaban el Goya de Honor (he llovido aún más que la lluvia que está cayendo hoy en Madrid). Bueno, sigo. El autor de la obra es el escritor Herbert Morote, de origen peruano afincado en Madrid. Lo curioso de este escritor es que dejó su lado empresarial a los 55 años para dedicarse a escribir y nos ha demostrado que el que es, es, y se es pasen los años que pasen. Nunca es tarde ni tampoco pronto, siempre es siempre, no hay medida de tiempo para este cacumen que se nos instaló, quizás al nacer. "La realidad es para los que no pueden soportar los sueños" dice al comienzo de la sinopsis de la obra. En mi caso la frase hace un enroque "Los sueños son para los que no pueden soportar la realidad". Quizás por eso sufro menos la invisibilidad. Cuando pierdo algo que he tenido y he amado se me instala un sufrir tan insoportable que para no destruirme se traslada a otro estadio de la conciencia, ese rincón que yo llamo sueño, ilusión, fantasía. Entonces esa invisibilidad repentina toma una dimensión de realidad que me hace más llevadero el sufrimiento, es más, me lo hace convivible. Afortunadamente he perdido de vista a pocos seres amados visibles, algunos se han quedado en un hermoso recuerdo que me llega a modo de flash y sonrío y otros, sólo uno, siguen visibles en mi vida cotidiana. Este último es quizás más visible que cuando lo era, quizás porque cuando estaba a mi lado lo vivía in situ y nunca imaginé que lo perdería. Hace tiempo que no está pero sé que no lo voy a perder jamás porque habita en mi terreno de la imaginación, en mi ilusión, en mi fantasía, en mi sueño y a no ser que me dé un repentino ataque de amnesia, su visibilidad permanecerá intacta, tan intacta como los cuadros de Velazquez, Manet, Rembrandt, Goya, etc... en el Museo Hermitage de Leningrado.