viernes, noviembre 18, 2005

El amor en tiempos de vanagloria

Hay muchos secretos en la vida de una palabra. Y quizás la palabra amor se guarde para sí muchos de esos secretos que jamás conseguiremos averiguar (tampoco nos conviene) Algunos afortunados logran inferir su esencia mientras otros ni siquiera se molestan en darse el gusto de machacarse la cabeza contra el único muro que no discrimina sexo, nacionalidad o religión. Isabel Coixet nos lo deja muy clarito en su última película La vida secreta de las palabras. No hay obstáculos, no hay muro, ya se encarga de ello el dios hindú Gamesh (el que elimina obstáculos en el camino a la felicidad conyugal) Pero Isabel no habla de esto. Ella no fabulea con mitologías de dioses. Coixet es clara y concisa, no se anda por las ramas, no es perifrásica cuando nos plantea la verdad. Y para cuestionarte esa verdad tienes que tragarte muchas escenas duras. Escenas que te hacen sertir la niña mimada de Europa que llora cuando le quitan el caramelo o se le cae la piruleta al suelo. Y mientras, a relativamente poca distancia, ¿qué está pasando?¿cómo se ama por aquí al lado?
Quizás aprendamos algo si atendemos a los discursos sobre el amor en El banquete de Platón, en el que se cuestiona al amor yendo de lo particular a lo general, del intercambio entre el hombre y la mujer a la interactuación con el alma y el universo. Estamos cerca, pero en la teoría. Para la práctica tenemos a Erich Fromm con El arte de amar, donde llega a comparar al amor con una transacción mercantil de intercambio mutuamente favorable. Y es que seguimos comerciando con el amor y a veces la transacción se encuentra dentro de casa y no sólo ha de haber dinero por medio.
Y Gándara se pregunta "¿Qué es el amor a estas alturas, tras tanta imaginación literaria y tanta civilización de ideas? ... En el presente tiene una imagen más doméstica ... de dos individuos que se vigilan mutuamente y pasean de la mano por las calles borrosas hasta acertar con el supermercado"
Y es que el tema parece que no da para más. Y mientras siga sin interesarnos esa vida secreta de las palabras, el amor se irá aburriendo hasta morir de inanición y hastío, o se hará el harakiri.