lunes, febrero 06, 2006

Una vaca muy repipi


Mi viaje con el Doctor Pasavento terminó en Zurich. Premonitorio. Quizás ahora esté de camino a Herisau. No sé. Lo cierto es que me ha dejado el cuerpo lleno de porqués. Tengo el escritorio lleno de papelitos amarillos pegajosos o adhesivos con un por qué para todos los gustos. Y en definitiva, el por qué es como una droga, sólo que más dañina y con difícil solución. Yo me pregunto y por qué esto, y por qué lo otro, y por qué lo de más allá y así me paso el día torturándome, ocupando mi escaso tiempo de ocio en intentar explicar el por qué de las cosas. Quim Monzó también se lo preguntaba y se contestó con mucha más gracia. Y es que tengo tantas preguntas que hacerle al vacío. Porque aquí no hay ni un dios que se sepa la lección y yo me quedo aquí, en mi gran pupitre de la escuela de la vida, con complejo de niña repipi que no para de preguntarle a un maestro que siempre se va a la máquina del café para no tener que responderme. Claro, que mi gran escuela de la vida es laica. De haber sido teológica ya tendría todas las respuestas, que son solo una. Sinteticemos todas estas preguntas en una sola respuesta omnipotente. Dios es la respuesta, y se quedan tan panchos. Pero, ojo, que ésta no deja de ser una respuesta sintética, como un tejido fácil de lavar y planchar, que huele que apesta al segundo uso. Pero, en fin, que yo no me meto con nadie, que yo solo pido que me lo expliquen.
Afortunadamente, después de una ausencia siempre queda un hueco que rellenar. Y la ausencia del Doctor Pasavento está siendo suplida por El Señor de Bembibre. Cómo le habría gustado a este hermoso caballero templario acompañarme a Zurich y despertarse junto a mí, su Beatriz, viendo el paisaje nevado desde nuestra cama. Qué se iba a imaginar que su amada es ahora una aeropoeta que zigzaguea por el espacio. El espacio, la gran pantalla que marca las constantes vitales de una histriónica aventurera. Y es que la historia del señor de Bembibre es también mi historia. Pero eso sólo lo sabemos Pez Mestre (uno de los dos editores críticos de la novela de Gil y Carrasco. El otro es pez Sanjuán) y yo. Y las casualidades siguen el curso de mi vida. Aún recuerdo aquél día en que le confesé a Pez Mestre una intensa historia de amor vivida en el pasado y la cara de atónitos-perplejos que se nos quedó cuando me habló de su edición crítica de El Señor de Bembibre y del paralelismo de mi nombre e historia con la historia que Gil y Carrasco nos cuenta. Aún no doy crédito a que ambas pasáramos por la misma turbación amorosa. Pues bien, en Zurich comenzó el dejà vu con mi señor y llamé a Pez Mestre para contárselo y el me dijo "es tu historia" y yo casi me pongo a llorar, pero como mi comandante me estaba mirando, guardé protocolo y sonreí. Él también, ya me conoce. Y es que mi nombre ha dado mucho de qué hablar a lo largo de la historia de la literatura y no puedo evitar seguir creyendo que el nombre también tiene su genética y algo se trasmite. Ahora que, quizás en la próxima reencarnación de mi nombre se descubra quién se queda con el personaje de mi enamorado. Dejemos que el tiempo tome la palabra y hable cuando le llegue el turno. Mientras ... a soñar.