jueves, noviembre 23, 2006

Memoria y Razón


Hace ya mucho tiempo que no me dejan con la boca abierta los eruditos. Quizás sea porque hace mucho tiempo que mis ídolos de antaño dejaron de ser mis dioses. Ahora prefiero venerar a los humanos y sorprenderme no por lo que saben sino por cómo razonan y sienten. Estoy harta de lo expositivo; el gran escudo de quien no tiene nada que aportar y hace alarde de su memoria y te recita versos como la lista de la compra y te dice que si aquél dijo... o el otro piensa... o qué sé yo, si no lo puedo comprobar (no tengo tiempo). Que si ya lo decía Platón, que si Barthes pensaba que, que si pitos y flautas. El caso es no mojarse, no aportar nada más por miedo a que se derrrumbe el altar de conocimientos apilados en su memoria para deleite de los "escuchantes". Qué sopor. Por eso hace mucho tiempo que no me interesa escuchar discursos referidos si no hay detrás un ejercicio nemotécnico o de simple entretenimiento o un motivo de discusión.
Recuerdo un año en 4º o 5º de carrera. Yo tenía algún que otro problema para acudir a clase de Filosofía (vivía entre Italia y España) y le daba mayor importancia a las asignaturas de lingüística. Se acercó la fecha del exámen y yo no me había dado cuenta de que no me había preparado el exámen de Filosofía. Una compañera muy bien intencionada me prestó todos sus apuntes. Un caos. No entendía nada y el tiempo se acabó. Decidí presentarme al exámen, anyway. El exámen consistía en un comentario de texto de Nietzsche y el lenguaje en el que teníamos que alojar todo nuestro conocimiento sobre el tema. Durante diez minutos permanecí frente al texto absolutamente ignorante de cuál era la teoría lingüística del filósofo. Tenía dos opciones: o me iba, o me quedaba y me explayaba en mis propias argumentaciones. Me quedé y el tiempo que duró el exámen lo pasé criticando cada uno de los puntos del texto. Cualquiera habría pensado que yo odiaba a Nietzsche a juzgar por la crítica que le hice. Literalmente lo derribé con mis arriesgadas argumentaciones. Al cabo de un mes el profesor nos citó por apellidos en su despacho para darnos las notas del exámen. Yo me moría de vergüenza porque esperaba un 0 despiadado (delante de los otros 3 alumnos que entraron conmigo) por atentar contra los razonamientos del gran filósofo. Mi sopresa fue de un 9. Yo le miré extrañanda y le dije que era un error. Entonces él me miró y me dijo: Beatriz, esto es filosofía. Te has arriesgado, pero has hecho filosofía.
Desde entonces, sigo en mi línea argumentativa (algo pesadita, no lo niego) e intento aportar mi visión de las cosas a este mundo que sigue haciéndose, no sólo con el andar de los tiempos, sino con el pensamiento individual. Y habrá veces que se me escapen algunas tonterías, algunas incoherencias, algunas brutalidades, pero tengo el orgullo de saber que, al menos, me he arriesgado y soy una obrera activa que trabaja en un andamio del pensamiento y el discurso mientras otros se limitan a mirar desde el suelo asfaltado.