jueves, abril 23, 2015

Microteatro en el aparcamiento


Que la vida es puro teatro ya se sabe, y que hay entremeses que suceden en cualquier sitio, a cualquier hora lo he comprobado yo esta mañana.

Resulta que estaba dentro de mi coche en un aparcamiento contestando a un mensaje cuando de pronto aparecen los ocupantes del vehículo de al lado y se quedan conversando entre mi coche y el suyo. Desde mi posición sólo podía verles decapitados. Ambos hombres llevaban traje de chaqueta y cosas en la mano. Al principio no les presté atención, hasta que unos minutos más tarde escucho:

– Mira, escúchame, tienes que romperle primero la cabeza por el cuello.

Ay, madre – pensé yo – están perpretando un asesinato. Y yo qué hago ahora, si me ven, me liquidan a mí también.

– Sí, así, ahora te echas el líquido en las manos, así como hago yo – prosiguió.

Uf – a salvo de morir en manos de dos mercenarios. Incliné mi cabeza un poco y miré qué estaban haciendo. ¡Los dos señores cuarenteañeros portaban unas ampollas de belleza instantánea en las manos! Comencé a reírme, tapándome la boca para no ser descubierta.

– Sí, tío, restrégatelo por toda la cara, los ojos también, verás cómo parece que has descansado toda la noche. Como si hubieras dormido en casa. 

– Ya veo, tío, lo sabes todo de las mujeres, joer, anda que no saben ellas, lo tienen todo controlado.

– Ya te digo, tienen truco para todo y no me extraña, algunas cuando se quitan todo la pintura de la cara son irreconocibles. Te acuestas con una por la noche y como te confíes y se quede a dormir, te levantas con otra que da susto. 

– Ya te digo. Oye, pero este invento funciona también con los hombres, ¿no? a ver si la vamos a cagar...

Naturalmente no tenían ni idea de cómo se aplican las ampollas, estuve a punto de salir para darles hacerles una demostración. Qué torpeza, parecían gatos quitándose moscas de la cara.

– ¿Por el pelo también? – contesta el otro – igual me crece.

– Sí, y por el rabo también, cabrón – le responde riéndose.

– Mi rabo no lo necesita tío, voy sobrado.

– Sí, de eso vamos sobrados –. Se ríe.

Yo tenía que salir del coche de alguna manera o bajar las ventanillas, el sol me estaba asando. Parecía que estaba dentro del horno lista para ser engullida por dos lobos. Y salí sin poder evitar las risas. Al verme, se quedaron paralizados primero para después contagiarse de mis risas.

– Pues sí que son efectivas, estáis más jóvenes que hace cinco minutos – les dije cerrando a toda prisa mi coche.

– ¿Quieres una? – me dicen aún muertos de risa.

– No, gracias, yo no la necesito – miento ocultando los estragos de mi imsomnio tras unas gafas de sol.

– Ya veo que no la necesitas – me dice el dealer de la ampolla multivitamínica.

– Uy, qué prisa tengo, me voy pitando. Encantada. Adiós.

– Pero, espera, no te vayas, mira qué jóvenes estamos.

Por dios, cómo se me ocurre a mí decirles algo. ¡¡Si es que a veces me meto sola en la boca del lobo!! – iba pensando mientras atravesaba el aparcamiento corriendo como el conejo de Alicia hasta que llegué a Correos.