lunes, enero 14, 2008

Papá Toro sale del Hospital

Por fin ha pasado todo y Papá Toro ha regresado a casa, sano y salvo. Su estancia en el Hospital ha sido una pesadilla sonora para Mamá Vaca y para mí. Y todo porque Papá Toro se empeña en creer que los mejores médicos son los de nuestra S.S.
En ese mismo hospital estuve ingresada yo hace 16 años. Mis recuerdos son espantosos. Ahora me vienen a la cabeza espectros de personajes que pasaron por mi habitación y veo cómo ha cambiado todo. Yo tuve enfermeras torturadoras y médicos castigadores que me obligaron a escaparme del hospital previa firma de un documento de responsabilidad que firmé pese a que mi estado era lamentable y no era conveniente que me llevaran a casa. Imaginad que hay una enfermera que vuelca sobre mí toda su rabia y me dice gritándome desde el umbral del pasillo que me quedaré inválida y jamás podré caminar. Imaginad que la noche previa a la segunda operación me da a beber agua caliente del grifo y me dice que si no me la bebo no me dará un vaso con agua fría. Imaginad dónde fue a parar el vaso con el agua caliente, y la pesadilla previa a la operación, despierta y aguantando los dolores porque la enfermera psicópata estaba de guardia y no quería que en vez de calmantes me inyectara matarratas. Y la pesadilla continuó al día siguiente de la operación cuando me negué a que me tocaran y tuve que firmar otro papel y lavarme sola con las dos piernas colgando, enyesada hasta las ingles. Después vino una monja a intentar convencerme. Demasiado tarde, perdí la fé en el accidente, Sor enfermera, se me fue junto con la medalla bendecida por el Papa que me regaló P.G. Borrero. Nada que hacer, me voy a casa, prefiero morir allí con mi familia y mis libros. Pero la muerte llegó esa misma noche. Por la mañana, al despertarme, le di los buenos días a mi compañera de habitación, pero la anciana llevaba varias horas muerta. ¡¡¡Dormí con una muerta!!!! Y después, el que faltaba, el médico adjunto que estuvo presente en las dos operaciones: nunca volverás a caminar, olvídalo. "Pues no me da la gana, incompetente". Y después llegó mi héroe, Andrés Torres, un fisioterapéuta que se merece un altar y algún día le dedicaré el libro que me falta por escribir, y me salvó. Lo tuvimos muy difícil, se desesperaba, pero ahí seguía "no nos rendiremos, tú caminas, por mis xxx que caminas". Y caminé y salté y corrí y bailé y volví a volar. Todo gracias a él y a mi nuevo cirujano, un sevillano con mucha gracia y dulzura, el Dr. Canosa, que me dijo: Menuda chapuza de operaciones te han hecho, esto te lo curo yo en un plis plás. Y lo hizo, en un plis plás, sin dolor, sin trauma, sin apenas rehabilitación.
- Cómo ha cambiado todo - dijo Mamá Vaca - ahora los enfermeros son encantadores y muy cariñosos - qué bien están tratando a tu padre.
Era cierto, se respiraba otro rollo, mucho más sano, más humano. O ha cambiado el criterio de selección o tuve muy mala suerte con las enfermeras de planta. Lo único que no ha cambiado es la condición de tipical spanish. El compañero de Papá Toro, un encanto de señor, tenía una familia que se lo tomó todo a coña. No se cortaron nada cuando después de la operación acudieron a la habitación con cervezas y cachondeo para celebrar la vida de su pariente. Papá Toro empanado, drogado y con unas ganas de soledad terribles, Mamá Vaca con un dolor de cabeza insoportable, sin tapones para no escuchar la tele y a la familia ruidosa del vecino y yo escaqueándome para hablar por teléfono todo lo que pudiera y no estar en el guateque. Mamá Vaca salía de vez en cuando para pedirme ayuda psicológica.
- Hija, no puedo más, me están destrozando los nervios, me van a tener que ingresar a mí también si no se callan.
- Pues diles que se callen de una vez - respondo.
- No, hija, que el señor es muy agradable y hace compañía a tu padre.
- Ya, mamá, pero tiene una familia de la España profunda, no tienen respeto por los moribundos.
- No, hija, ya ves, es la incultura, ellos no se dan cuenta, qué le vamos a hacer.
- Pues tú verás, pero yo ahí no entro como no hagamos algo - respondo.
- Pues, nada, hija, que tengo que pedir ayuda - responde resignada.
Cuando acabé mi trigesimocuarta llamada de teléfono me acerqué a la habitación y noté que todos estaban callados. ¿Qué les habrá dicho? Abrí la puerta y me encuentro a Mamá Vaca rezando a lo pies de la cama de Papá Toro. Todos la miraban alucinados, respetuosamente alucinados. A mí me dio un ataque de risa y me fui corriendo para que no me vieran y le destripara la operación a Mamá Vaca. Al rato vi cómo fueron saliendo uno a uno de la habitación hasta que quedó vacía de visitas y entré. Me acerqué a Mamá Vaca y le pregunté por su show.
- Nada, hija, que me he decidido por pedirle ayuda a mis santos y se han marchado todos.
- Anda, mamá, no me extraña que se hayan ido todos, les has asustado con tus rezos incomprensibles.
- ¿Qué rezos? Si yo sólo decía "Ay, San Antonio bendito, haz que se vayan todos ya para su casa". Y se han ido pitando. No falla, oye, qué buen truco.
- No si lo tuyo es diplomacia dramática.
Pero en fin, el caso es que Papá Toro ya está en casa, de nuevo en su centro de operaciones, con sus pelis, sus postales, sus tréboles y su puntos. Y nosotras ya respiramos.


Vaca patinadora para Hada Buena

Para ti, Sonia, mi querida Hada Buena, por todo lo que sabes y no sabes. Porque por tu sonrisa me visto de lo que haga falta.