martes, noviembre 25, 2008

Presentación de Francisca Aguirre



CARTA A UNA POETA CANTORA

Hoy me vas a permitir, Francisca Aguirre, que te tu tutee, como sólo se tutea en poesía, desde dentro, desde el rincón donde los niños se esconden a contarse los secretos. Hoy me vas a permitir querida Paca, Paca como mi abuela, que te presente uno de mis plurales yo, el que nació tras leer tu poesía. Porque podría hablar de tu vida, decir que naciste en Alicante, que fuiste niña de la guerra que te arrancaron a tu padre, como a tantas niñas, como mi madre, que edificaron el templo de la vida sin uno de sus pilares, buscando entre los escombros del recuerdo algún tesoro con que calzar su existencia, conchas del mar, caracolas, alguna partitura, el caballete de un lienzo o tazas de café apiladas en las que bebiste en compañía de un amigo o de un maestro. Podría también hablar de tu obra; de Ítaca, Los trescientos escalones, La otra música, Ensayo general, Pavana del desasosiego y de Los maestros Cantores y podría hablar también de tus premios: Leopoldo Panero, Ciudad de Irún, Esquío y María Isabel Fernández Simal, podría hacerlo, pero ya es tarde, no soy la misma que antes de leerte. Querida Paca, es mucha la distancia cronológica que nos separa y sin embargo, me parece haber vivido tu misma infancia, no la de la guerra sino la de Alicia del espejo, la niña que siempre será todas las niñas que juegan solas en una isla bajo la mesa o en un rincón apartado, cuando las tardes son interminables y se oye cantar a los pájaros y se contempla la lluvia en los cristales y hay domingos silenciosos en que dibujamos paisajes que no existen o leemos los libros que los mayores nos trajeron del rastro y buscamos palabras en el diccionario para nombrar de nuevo el universo, porque convendría reinventarlo de nuevo todo, reinventar la gramática y la historia, reconstruir la geografía… y desde ahí, desde la desnudez que da la luz, empezar de nuevo esta mentira, ya me lo dices tú, Paca, ya me lo dijo Alicia. Y Alicia nos persigue con su espejo y en cuanto nos descuidamos nos lo pone frente a la cara, como una niña insistente que no quiere ser ignorada, y nos recuerda que en el fondo, muy al fondo del espejo siempre veremos la misma cara, la inocente cara de niña asustada que pide socorro mientras intenta pasar al otro lado del espejo la pierna ya no vestida con calcetín de hilo y zapato de hebilla, sino con medias de cristal y tacón afilado. Querida Paca, permíteme esta presentación epistolar, pero es que me llevaste a tu isla, a tu Ítaca amada y no quiero regresar por el momento, por eso te escribo esta carta. He visto el telar de Penélope, se conserva como nuevo, lo he tocado y te lo tomo prestado. Ando tejiendo y destejiendo los hilos de mi historia, a la espera de algo, de algo que siempre llega. Qué fácil es destejer en una tarde todo el tapiz de nuestra vida y qué difícil volver a tejerlo de memoria ¿verdad Paca poeta? con los hilos cada vez más cortos y deformados por los nudos, hilos cada vez más desteñidos por el sol, el salitre y la brisa, formando un tejido tan imposible como el tiempo, tú lo sabes, te lo has dicho a ti misma. Porque la vida es un tejer y destejer, un subir y bajar los escalones, los trescientos escalones que tu padre pintó para que subir y bajar te fuera más agradable. La vida es un caminar y desandar lo caminado, porque la vida es un crecer y descrecer al mismo tiempo, regresar a nuestras infancias, porque la vida es el camino de Machado, recorriéndolo, como hizo Alberto Caeiro, tranquilos, plácidos, teniendo a los niños como maestros nuestros y con los ojos llenos de naturaleza. Tú lo has entendido. Qué sola se está en la isla, qué pocas visitas con quien compartir una taza de café, sólo los arrojados por la marea, los que no tienen pañuelo y quieren tejerlo en el telar creyendo que servirá para secar sus lágrimas, pero sus lágrimas son como el mar y cada vez queda menos hilo, menos fuerza en las manos y muchos no lo soportan, están cansados, no se acostumbran y huyen. Nos quedamos solas, solas con los que en silencio quieren acompañarnos, solas, infinitamente solas, como el mar que contemplamos, el mar de anillos que nos oprime como el cuello de la mujer jirafa. Y mientras tanto, aquí, donde lo único posible es seguir, seguir tranquilamente, mirar salir el sol y ver caer la lluvia y ver ensimismados cómo cuaja la luna unas flores extrañas. Porque la luna bien sabe que todo es mentira, que el amor es un invento, te lo dijo Unamuno, tu maestro, y tú indignada protestaste “Mi querido maestro, no es posible, semejante dolor por un invento. Tanta desolación, tanta amargura, tanta nolstalgia y tanto desconsuelo por algo que tan sólo es un invento, una ficción, un sueño, un espejismo”. Cuánto entre todos nos aprendemos, Rosalía, Santa Teresa, Storni, Borges, Machado y Vallejo, Rubén, Carrol, Bécquer, Neruda, Kafka, Manrique y Garcilaso y tantos otros anónimos a los que juntas agradecemos su existencia en nuestra escasa vida. A ellos y los dioses mitológicos, nuestros sabios dioses y mitos devorados por los buitres o castigados a subir infinitamente una roca por una ladera tan empedrada y empinada como la vida. Y en mi humilde homenaje, a ti, Paca cantora, que del amor aprendiste su música, que entendiste todas las partituras, las de la otra música, la música depredadora que penetra en los rincones de nuestro incierto corazón y los despoja de cuanto fue riqueza, la música del fondo, que sólo se escucha con un traje de buzo que nos desciende al fondo del abismo, la música impostora, que miente como miente la tarde, como miente la vida, …Música delincuente que todo lo trastocas. la música de los inocentes que nunca suena si no es dentro de alguna cavidad profunda y que sólo oyen aquéllos que llevan una herida en cada ojo. Gracias por enseñarme que tras estas tortuosas melodías sonará un moderato, cada vez más despacio y seremos para siempre los que miran, cada vez más despacio, tarareando, indiferentes, educados y viejos hasta que sólo suene nuestro propio réquiem. Y la música amansará también mis fieras y yo también me construiré un invernadero, una reserva natural donde proteger al mundo de mis peligrosas fieras, que también me arañan, para que nadie me acuse de homicidio, aunque sea involuntario y pueda seguir alimentando a los monstruos en mi pequeña tienda de los horrores, cantándoles nanas de amor para que no me coman el alma.. Y aprenderé del canto de la Troyana, y cada día será un ensayo general, cuya función tan solo será una vez representada; en la última función de mi vida. Porque lo que importa es el ensayo, con sus tropiezos, confusiones y desgarros, con su quedarse en blanco, las meteduras de pata, lo improvisado, ensayar el amor aunque duela el deseo, no poder tocar al amado y que nos hagan una herida mortal al separarnos, Y que no seamos siempre sólo actores, figurantes o el coro en el escenario, sino también espectadores de nosotros mismos, desdoblados, mirándonos desde el patio de butacas, a través del espejo o desde una ventana mojada por la lluvia. Y ya entre actos tomaremos una taza de café para hablar de poesía o tan sólo para pasar un buen rato.
Beatriz Russo, 2003

sábado, noviembre 15, 2008

Presentación de Alexandra Domínguez

ALGUNAS COSAS DE ALEXANDRA DOMÍNGUEZ PARA NO OLVIDAR


En una ocasión el poeta mexicano José Emilio Pacheco intentó responder a la eterna pregunta de qué es poesía y dijo que la poesía es la sombra de la memoria. Yo llevo mucho tiempo intentando encontrar una definición, pero no llego nada más que a aproximaciones e incoherencias. Por eso he decidido quedarme a la sombra de esa memoria o de ese árbol tan difícil de clasificar y seguir contemplando cómo le siguen naciendo ramas y hojas, y flores y frutos, sin preguntarme por quién creó al árbol, sino por quiénes lo riegan, lo podan y lo custodian.
Y me ocurre que a veces, pocas veces, me encuentro con algún jardinero de esa memoria, alguien que como Alexandra, no se pone guantes de goma, sino que toca los tallos sin temerle a sus espinas y se pincha los dedos, sin miedo a quedar eternamente dormida. Porque para oler la flor hay que acercársela a la nariz y eso es lo que hace Alexandra con el arte, la música, el ser humano y la poesía; lo agarra con la mano, cierra el puño y lo eleva hacia su pituitaria, inhala su aroma y lo guarda en el perfumero de su voz y su conciencia.
Yo tuve la suerte de conocerla un día en una cena de invierno bajo la sombra de un árbol cubierto de flores raras, en el estricto sentido de lo extraordinario, y ella, en vez de hacerme flor de temporada o de plástico, me acogió con sus dos manos generosas y me sonrió con esos ojos con conciencia de ojos que han aprendido el difícil oficio de saber mirar y me habló con esos oídos con conciencia de oídos que han descubierto el misterio de la comunicación. Y después se fueron sucediendo las estaciones con sus ventanas de lluvia, vaho y huellas de manos amistosas hasta hoy en que me encuentro aquí sentada a la mesa de un ser humano, poeta y pintora que puso en mi memoria humana, poética y pictórica cosas de ella para nunca olvidar.
Alexandra habla de la invisibilidad como los enamorados hablan de su primer beso, del primer roce de labios que se hacen invisibles, en ese instante en el que dejan de ser labios para convertirse en beso. Y esa invisibilidad que habita en lo intangible de un poema es donde veo a la poeta que nos enseña y lo afirma, que lo que se ve, se ve aunque uno sea ciego. La realidad ya no es una secuencia de verbo e imagen, sino un aleph de universos entrelazados donde residen la imaginación y la fe en lo invisible. Un lugar que no sólo se transita, sino que se mimetiza con el alma para seguir siendo adentro y afuera. Porque las estrellas no sólo están en el cielo para contemplarlas. Las estrellas, decía Mestre, son para quien las trabaja, y trabajarlas no sólo es cuestión de cincel sino de espíritu. Y el espíritu está en la casa de los habitantes invisibles. Tú eres ese habitante invisible, Alexandra, y como todo lo invisible todo lo abarcas. Como los sueños que no temen a los juicios y se manifiestan sin importarles que alguien les convierta en conejo de mago o romero en manos de una cíngara. Tú sueñas porque sabes estar y sobre todo, sabes ser, en esta casa de huéspedes a la que llamas poesía. Y saber ser no es un misterio para los que han escuchado el canto de un colibrí y saben que mueren envenenados bajo las buganvillas.
Tú has conquistado el aire para que hablemos de lo insignificante, para que el sueño sea un sueño para el sueño y un motivo para dormir sentados escuchando el eco de los relámpagos sin miedo a la fulminación.
Detrás de lo terrible está también lo bello, como el carbón pereciendo entre las llamas para no dejar morirse de frío al indigente. Y detrás de lo terrible de este mundo estás tú, Alexandra, que te deshaces en voces para que la belleza tampoco se muera de frío.


La verdad está en los otros, tú lo sabes bien que eres la voyeur de las ánimas desapercibidas. Y yo, que he aprendido que la verdad es viento en la arena, vibración en el pasamanos de una escalera mecánica, zambullido de los cantos rodados en la planicie de un estanque bordeado por niños de campo. La verdad es el instante en que te detienes a hacer pompas de humo con tu cigarrillo Dunhill después de haber aspirado el bosque de Rimbaud o de haberle cepillado el cabello a la bella Emily Dickinson con un cepillo de plumas de ave transparente.
Así es como te veo, querida Alexandra, como un ángel sobrevolando Berlín, lugar que se me ocurre porque ya se le ocurrió a Wenders y esto es algo también para no olvidar. Un ángel sobrevolando Berlín, pero sin querer dejar de ser ángel, porque no te hace falta dejar de estar en el cielo contemplando para seguir en el cielo contemplando, acariciando los harapos del mendigo o las lentejuelas de un percebe que quiere ser más hermoso; asida a la rama de un sombrero de paja para convencer a las aves de que el hombre que las espanta es inofensivo; sosteniendo tus pinceles con un peto vaquero para apuntar al lienzo sin sospechar que hacía rato que el lienzo se había rendido a tus pies; escuchando jazz en el Central sin saber que alguien soñaría esa noche contigo, imaginándote parisina o dama de un cuento de Dickens; regañándole a la noche por durar menos de la cuenta o siguiendo con tus labios insonoros el poema recitándose solo en el acordeón del poeta; y aunque pueda parecer cursi, que a veces me da por serlo, también te veo yendo hacia tus diecisiete pasando desapercibida, porque el tiempo detiene su reloj cuando encuentra una sonrisa que torna dichoso el corazón de los hombres y llena sus bolsillos con algo parecido a la esperanza. Y es así es como te veo, querida Alexandra, como una poeta que escribe versos para llevar en el corazón y en el bolsillo.
Beatriz Russo

miércoles, noviembre 12, 2008

Alexandra Domínguez en el Ateneo de Madrid

Queridos amigos,
tengo el placer de invitaros a la lectura de poemas de la poeta y pintora Alexandra Domínguez.
Día: viernes 14 de noviembre
Hora: 22.30
Lugar: Ateneo de Madrid, calle Prado, 21
En los viernes de la Cacharrería, dirigidos por Miguel Losada.
Presentada por mí, Beatriz Russo.

Os recomiendo que visitéis su página Web:

http://www.alexcaroldom.com/

Os fascinará.

miércoles, noviembre 05, 2008

Sombra a sombra de Santiago Gómez Valverde

Otro recital para el jueves de otro amigo poeta. Copio nota:

El próximo jueves, día seis de noviembre, a las 20 h., en la Fundación Centro de Poesía José Hierro ( C/ José Hierro nº7. Sector III. Metro Conservatorio. Getafe.), dentro del ciclo ‘Panorama literario’, tendrá lugar la lectura del poemario ‘Sombra a Sombra’, de Santiago Gómez Valverde (Ediciones Vitruvio). Dicho acto será prologado por el poeta José Cereijo.

Disfrutadlo.


martes, noviembre 04, 2008

Luis Luna en La Casa del libro


Queridos amigos,
os recomiendo este recital de Luis Luna.
Pinchad en la invitación para más detalles.
Disfrutadlo.



lunes, noviembre 03, 2008

ENCUENTRO LUSO-ESPAÑOL DE POESÍA

Queridos amigos,
os recomiendo este encuentro de poesía en la Biblioteca Nacional.
Para más detalles, pinchad en la invitación.

Espero que lo disfrutéis.

sábado, noviembre 01, 2008