jueves, agosto 17, 2006

La construcción de Dulcinea


Mi amiga la choupa dice en su blog que tiene una buena amiga enamorada del amor. En un principio quise dejarle un comentario, pero al final casi me sale un pseudo ensayo enmarañado e incoherente. Y es que en cuestiones de amor no hay nada que me haga seguir un razonamiento lineal. Los pensamientos se me amontonan a modo de brainstorming y al final no sé ni lo que he dicho es lo que quería decir.
Y puestos a ese brainstorming se me ocurre echarle la culpa a Don Alonso Quijano, precursor, en mi opinión de la novela romántica. El amor o la construcción de Dulcinea. ¿Quién no ha fabricado en alguna ocasión en su vida a una Dulcinea, no a modo del Frankenstein de Shelley, sino a aquella divinidad que parecía recién salida de un barrio mitológico? Quizás me quede yo sola en estos divagueos, no sé. Pero a veces me ocurre que creo ser partícipe de un acontecimiento generacional cuando puede ser que esté completamente sola en la vivencia. Esto me recuerda a cuando era adolescente o casi (siempre fui una niña algo adelantadilla). Recuerdo la primera vez que me "enamorisqueé". Y lo recuerdo a él con 16 años y yo 14. En ese momento aquél chico cantante de un grupo de rumba, con pantalones vaqueros blancos ceñidos, camiseta sin mangas, y pelo a lo "chunguito" era lo más parecido al hombre de mi vida. Lo encontré con 14 años y desde entonces parece que no pasan los años para el embobamiento; sigo encontrándole, no a él, sino a X (incógnita aún sin despejar). El caso es que me pasé dos años enteros esperando una carta suya que no llegó nunca (cual Penélope). Y se hizo verano y volví a la playa y él también. Dos años habían pasado y mi amor por él seguía intacto. Ojalá no me lo hubiera encontrado aquella mañana por la plaza. Ojalá no me hubiera asesinado de un manotazo hernandiano aquel amor de mi pre adolescencia, porque nada más verle se murió como si se hubiera tratado del hechizo de Orfeo y Eurídice. Se murió o se convirtió en aquel muchacho macarra de suburbio cordobés que se volvió loco cuando vio a la princesita vestida de Lacoste. En Shreck pudo resultar que la princesita quisiera transformarse en monstruo para estar con su enamorado. Pero en mi fábula no.
En fin, que la amiga de la Choupa se encuentra algo perdida. Sin referentes la anáfora no tiene sentido, como me imagino que no tiene sentido nada que tenga referentes porque si de algo se puede calificar al amor es de irreferencial. Todos nos vamos fabricando un modelo al que amar y esto da lugar a innumerables psicopatologías debidas a la elección de ese modelo o referente. La amiga de la choupa se hace un lío con los referentes. No tiene muy claro cuál es el que busca. A ella le vale cualquiera porque está enamorada del amor y no importan sus referencias. Ella quiere amar y si no lo encuentra cerca, se lo busca lejos.
El inconveniente de estar enamorada del amor y encontrar a un amor cercano es que tarde o temprano se va a descubrir que no es lo que parecía ser o no es lo que ella imaginó que sería. La ventaja de estar enamorada de alguien físicamente lejano es que no hay forma posible de darle una oportunidad de desenmascaramiento. Y esto me hace recordar a mi grande amore italiano. Durante 6 años amé incondicional y exclusivamente a mi primer amor "verdadero". Y ahora que han pasado tantos años me pregunto si en verdad lo amé a él o a la imagen que tenía de él. Es muy posible que se trate del sengundo término. Afortunadamente no lo he vuelto a ver y no tengo forma de cargarme la imagen idolatrada de príncipe italiano que tengo de él y de aquellos años de enamoramiento pasional de a vida o a muerte.
Y la Choupa concluye:
"Pero de nuevo el método tiene una trampa, el remolino se centra alrededor de la búsqueda de sorpresas y cuando uno dedica su vida a buscar sorpresas, deja de sorprenderte que ocurran"

Y quizás tenga razón y esto me recuerda de nuevo a la mitología. La amiga de la Choupa ha sido condenada, como lo fueron otros mitos clásicos (Tántalo o Sísifo) a la insatisfación perpetua. Algo parecido a lo que le ocurrió a Orfeo con Eurídice. A ella le ocurre que el enamorado se le convierte en estatua de sal en cuanto lo mira. Quizás por eso no quiera mirarle de frente y prefiera quedarse con la imagen que guarda de él en la distancia, sin posibilidad de que una mirada descuidada o de impaciencia lo desaparezca. Al fin y al cabo amar es lo que cuenta.

¿Qué importa que tú vengas del cielo o del infierno,
¡oh Belleza!, ¡monstruo enorme, espantoso, ingenuo!,
si tus ojos, tu sonrisa, tus pies, me abren la puerta
de un Infinito al que adoro y nunca he conocido?

De Satán o de Dios, ¿qué importa? Angel o sirena,
¿qué importa, si tú haces -hada de ojos de terciopelo,
ritmo, perfume, fulgor, oh mi única reina-
menos horrible el universo y menos pesados los momentos?

del poema: Himno a la Belleza
Charles Baudelaire