jueves, diciembre 07, 2006

Aute y mi ángel del Alba


Si te dijera amor mío que temo a la madrugada....presiento que tras la noche vendrá la noche más larga...quiero que no me abandones, amor mío al Alba...
Miles de buitres callados van extendiendo sus alas... maldito valle de muertos.... quiero que no me abandones, amor mío al alba...
Quizás si no me hubiera obsesionado con esta canción de mi querido Aute el impacto habría sido mayor. Salí de Casa Pueblo con la accidentada tristeza de no haber escuchado a Pez Piano tocar Al alba porque minutos antes se cayó mientras se acercaba al piano y se cortó la mano con una copa. Me quedé sin mi Al alba, pero mi cerebro no se conformaba y la canción me acompañó durante el camino al coche. No me la podía quitar de la cabeza, era como la canción del olvido, aquella que no te deja pensar en otras cosas. LLegué a mi coche y encontré una escena extraña. Era como si alguien hubiera estado dentro y se hubiera mirado en el espejo del copiloto. Qué extraño -- pensé-- yo no he bajado el parasol. Después miré hacia atrás y vi que había dos de mis libros prefectamente alineados boca arriba. ¡Pero si no estaban en el asiento trasero! La cosa empezaba a parecer surrealista y algo esotérica. Arranqué el coche y me fui hacia mi casa. Pez Figurín, Pez Fugu y Pez Maki me habían insistiddo en que me quedara a tomar algo más. Me dio el cargo de responsabilidad y me fui a casa. Eran las cinco de la mañana, ya estaba bien.
En fin que durante todo el trayecto no paré de cantar Al alba, pero con la ligera variación de sustituir "amor mío" por "amigo mío" (qué le voy a hacer, no hay amor mío que valga). Y es aquí donde viene lo premonitorio. Justo en el momento en que estaba cantando "quiero que no me abandones, amigo mío al alba" ¡PLAS! me la pego contra un coche. El impacto fue brutal, me saltaron las gafas y entré en shock. El airbag estaba de puente y mi habla también. Me quedé muda. Permanecí así unos instantes hasta que una chica joven se acercó a mí y me preguntó si estaba bien. No sé si estoy, si no estoy, no sé cómo asimilar esto. Un coche ha caído del cielo y se ha estrellado delante de nosotras. De pronto pensé que dentro del coche tendría que haber alguien. Los coches teledirigidos no circulan por la M-40. La chica me dijo que no lo sabía. Salí del coche disparada, sin pensar en mis lesiones, me acerqué al coche aplastado boca arriba y pensé que quien estuviera dentro estaría hecho pedazos. Aún así, me agaché, casi arrastrándome para intentar ver algo en ese amasijo de chatarras y vi un costado al aire y unos vaqueros por donde caía un chorrito de sangre. Le pregunté a gritos si estaba vivo. Por Diós, responde. Escuchaba algo, una voz, como si fuera una radio encendida dando la lata. Entonces ese costado desnudo se movió casi serpenteando. Estaba vivo y se llama Sergio. Rodeé el coche para ver si conseguía un hueco por el que asomarme y poder calmarle hasta que vinieran a rescatarle, pero afortunadamente había otro chico con el cuerpo casi dentro apaciguándolo. Estaba bien, angustiosamente consciente de que tenía un amasijo de chatarra encima de él, pero podía respirar y hablar. Regresé a mi coche. El otro chico se quedó con él. Entonces fue cuando me derrumbé. La maldita empatía me llega en el momento menos indicado. Me puse en la piel del accidentado y sentí su angustia, su soledad, su invisibilidad. Y justo en el momento en que el ataque de llantina se me había subido a la cabeza, llegó un cámara de televisión. Le pedí que no me filmara, que se lo contaran otros, que yo tenía mucha tristeza en el cuerpo para hablar. Después llamé a Pez Figurín y la pobre amiga del alma se cogió un taxi hasta el acciddente. Llegó y me acompañó pasando un frío que pela durante las dos horas que duró la investigación. El policía más guapo fue el que más cariño nos demostró, el más atento y solícito (los que me conocéis sabéis mi devoción por los polis) y finalmente pudimos abandonar el lugar de la tragedia sabiendo que Sergio se encontraba milagrosamente bien.
Hubo un ángel en el Alba de Aute, un ángel premonitorio y ahora siento que en realidad esa canción que se me había metido en la cabeza no era sino una oración pidiendo al ángel que me protege y me salva de todas, que no me abandonara en la noche más larga, en las madrugadas que me dan miedo porque están llenas de buitres que van extendiendo sus alas.
Y aún hoy sigo cantando Al alba. Le tendré que pedir a Aute que me exorcice.
P.S. El cuadro es de Aute, es que también pinta.