martes, mayo 09, 2006

La vaca descubre América


Tengo una concurrencia tan concurrida de ocurrencias para escribir que apenas queda hueco en mi cerebro para ver un claro por el que abrirles las compuertas al pelotón de palabras que espera impaciente para saltar a este vacío plácido y conmovedor en el que no me hallo, porque no sé en qué estadio de la felicidad me encuentro. No os estáis enterando de nada y eso me gusta. Pobres de vosotros que leéis incluso lo que no tiene sentido. Algunos, los que me conocéis, sabréis de qué hablo. Siempre fui muy implícita y a veces es difícil captarme. Una ayuda. Ese estadio es aquél en el que no existe el antes y todo es después. Allí donde nace un argot idiosincrásico y las palabras tienen un significado per se, donde a veces ni siquiera se usa el verbo y lo paralingüístico cobra mayor importancia, y se inventa un lenguaje de signos que se aprende sin una gramática ni una norma académica, allí donde la poesía se regenera a diario y todo es un verso que empieza y acaba en el mismo verso, como un retruécaro que contiene la sola palabra matriz de todos los versos posibles; los que ya existen y los que esperan existir. No me explico porque quien ya lo sepa me adivinará porque quizás sienta lo mismo y me intuya. En fin, contaré algo de mi última semana.
Acabo de regresar de Gran Canaria, donde he pasado una de las vacaciones más cariñosas que recuerdo. Y es que estar junto a mi queridísimo amigo Pez Tabarca es abrazar el mismísimo cariño hecho amigo. Adoro a mi amigo Pez Tabarca. Podría contaros muchas cosas sobre él, algunos lo conocéis y le queréis como yo le quiero. Verlo tan enamorado de su Pececillo Cali no hace sino corroborar nuestra amistad. Los dos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de amor. Incluso a veces nos deshacemos cuando abrimos nuestro pecho como si fuéramos dos sardinillas que están a punto de ser hechas a la plancha. Entonces nos abrazamos y nos contamos nuestros secretos, como si nuestras mitades nos hicieran un solo pez amigo. Es tan hermoso tener a un amigo como Pez Tabarca, tan sano, tan natural, tan reconfortante... (parece un anuncio de Danone, lo sé) Él sabe de qué hablo al principio de este post. Él es cómplice de ello, él me ve en ese estadio del que hablo porque somos vecinos de patio de flores, donde nos encontramos de vez en cuando a cotillear sobre nuestra alma. No sigo, que se me ve el plumero.
Gaviota vino conmigo y hoy se va a Berlín de nuevo. Se lleva un pedacito de Pez Tabarca, de su familia, de sus amigos, de mí. No habrá nolstalgia porque en la nolstalgia no hay retorno y Gaviota y yo volveremos a unirnos a Pez Tabarca y su hábitat en breve. Nos quedó pendiente el curso de submarinismo y tantas palabras en la sala de espera. No damos a basto en la factoría narrativa.
Pez Auri me acaba de enviar un mensaje preocupada por mi silencio. Algo sabe ya, me ha pillado y ahora que ya había encontrado un claro por el que soltar esa concurrencia de palabras, me he bloqueado de nuevo. Sólo quiero quedarme un poco más en este estadio en el que no me hallo antes de salir pitando a la grabación de mis poemas. Cinco minutos más en este lecho, con las sábanas pegadas, viendo cómo el amanecer me despereza un día más.