domingo, noviembre 26, 2006

Lucía versus Gabriel





Mi pececilla me ha enviado un artículo que considero de interés general escrito por Lucía Etxebarría, un pez algo conflictivo en un acuario que está lleno de pirañas con pantalones. El hecho de incluírlo en mi blog no significa que delimite el proceso creativo del premio nobel. Que no se nos olvide que el tema ya ha sido escrito a lo largo de los siglos. Léase a André Gide). Ahora sólo ahora, que no en otro post, me interesa el sexismo que existe en literatura y el estigma que sigue recayendo en las escritoras que no nos ponemos límites a la hora de crear. Pero no digo más sobre el tema. Leed, que no tiene desperdicio.
Gracias, Lucía, porque no dejas que nadie te tape la boca y sigues luchando por nuestra dignidad.
A propósito, ¿alguien ha echado un vistazo a la lista de quienes ganan los premios literarios de poesía en este país? ¿cuántas escritoras encabezan las listas de los libros más vendidos?

García Márquez y la apología de la explotación infantil
Lucía Etxebarría*





Argumento de una novela: Un periodista ochentón verifica, entristecido, que su potencia sexual ya no es la que era. Cosas de la edad. Llama entonces a su proxeneta de confianza, aquel que le proporciona –a él y a media ciudad– los mejores chaperos, y le pide que le busque un jovencito al que nadie haya tocado. El proxeneta le llama unos días después: ha localizado a un magrebí de barriada obrera, de catorce años, virgen con garantía, cuya familia está de acuerdo en vender los favores del chaval porque el padre está en paro desde tiempo inmemorial. La noche acordada, el proxeneta le proporciona una droga al chico para tranquilizarlo y favorecer los avances del anciano pero con tan mala fortuna que el chico, agotado tras una jornada particularmente dura –pues a pesar de su corta edad ya trabaja ilegalmente en una fábrica– se queda tan profundamente dormido como para hacer imposible su desfloración. El viejo permanece toda la noche contemplándolo, extasiado con su belleza, y cuando vuelve a casa el ochentón lleva tal calentón encima que, ante la visión del derrière de su secretario, que está agachado recogiendo unos papeles, no puede contenerse y le viola. Luego, le arroja unos billetes a modo de compensación.

Si este libro se publicara en España, el escándalo sería mayúsculo, del tipo del que le cayó encima a Arthur C. Clarke en 1998, cuando The Mirror le acusó de ser un pedófilo. O sin ir más lejos, mi amiga Lola Beccaria tuvo que oír de todo a propósito de la publicación de su novela Una mujer desnuda, en la que se narran las relaciones de una prepúber con un amigo de su padre. Pero resulta que cuando sale al mercado un libro con el mismo argumento, el mismo, pero con la sutil diferencia de que el putero es un señor heterosexual y la niña vendida y la criada violada (analmente, por cierto), nos encontramos entonces con “una admirable historia de amor... una estupenda metáfora de la sociedad donde todos caben con suficiencias o exageraciones, una novelita-joya que contiene sabias frases de prosa brillante, desbordante, donde la pasión tardía se enseñorea en el corazón del viejo”, en palabras de la crítica. Toma ya. Botón de muestra que describe al aluvión de reseñas favorables que se ha desbordado por los suplementos culturales españoles, unánimes en su admiración. Sí, me estoy refiriendo a la última novela de García Márquez, al que, como Premio Nobel, se supone que debemos respeto. Premio Nobel de la Paz fue también Henry Kissinger, responsable directo del golpe de Estado militar contra Allende y de todas las dictaduras (incluidas las que falsamente se disfrazan de democracias) que campean hoy en América Latina.

¿Les he convencido con este ejemplo del androcentrismo imperante en la crítica literaria? Pues daré otro: En cada entrevista, cada una, que he hecho de entre las más o menos veinticinco a propósito de la edición francesa de mi libro Una historia de amor como otra cualquiera me han hecho la misma pregunta: ¿Por qué sus protagonistas son mujeres? Estoy por ver que alguien le pregunte a Houllebeq o a Beigbeder la cuestión inversa. Y no se lo preguntan porque, pese a que las mujeres seamos mayoría en el mundo (53 por ciento de la población), a día de hoy lo masculino es la norma y lo femenino es la desviación, y por eso resulta tan extraño que se escriba sobre mujeres.

Podría escribir sobre muchísimas escritoras injustamente olvidadas o no reconocidas en su valía: Ángela Figueras Aymerich, María Teresa León, Rosa Chacel... Podría hablar de una conversación con la hija de Carmen Laforet en la que ella me confirmó lo que yo ya sospechaba: que su madre había dejado de escribir, incapaz de soportar la presión y las críticas (algo parecido me pasó a mí, que me plantée muy en serio abandonar el oficio después de la reacción que suscitó mi segunda novela, Beatriz y los cuerpos celestes).

Podría escribir de Ana María Matute, que sufrió los embates de una censura feroz que le impidió ejercer su escritura en libertad. Podría hablar de cómo El País, el supuesto diario “progresista español”, publicó, para cerrar el último número del siglo veinte de su suplemento cultural, un artículo titulado “ Los mejores escritores españoles del siglo” en el que no se incluía a una sola mujer...

Y entre tanto, mientras todo el mundo se rasga las vestiduras al hablar de páginas de pedofilia en internet, el Nobel, sus editores y su agente se llenan los bolsillos de plata, y en este país se oculta el triste hecho de que el 75 por ciento de los hombres que pegan a sus mujeres abusan también de sus hijas, y la sociedad bienpensante cierra los ojos al pasar por la calle de la Cruz, por la Montera, o por la casa de Campo, donde muchas menores de edad se ven obligadas a vender su cuerpo para lucrar a las mafias que las explotan, porque vivimos en un mundo plagado de millones de putas tristes que no lo son porque les da la gana, sino, precisamente, porque una cultura machista, perpetuada por la literatura, por los textos escolares, por el cine, por la publicidad, por la tradición, ha enseñado y sigue enseñando a los varones que la explotación y el maltrato a la mujer no solo es un hecho permisible, sino romántico. Como también enseña que la mujer deseable es aquella mujer bella que no habla, que solo nos escucha, y jamás nos contradice y, por lo tanto, si se pasa la vida dormida, tanto mejor, porque ya se sabe que, desde siempre, a los hombres nos gusta cuando callamos, porque estamos como ausentes y porque calladitas estamos más monas, y que el amor, según mucha literatura, no es un intercambio adulto y consensuado en el que cada cual da y recibe, sino una relación de dominación en la que una parte de la pareja se somete totalmente a la otra.

¡Lucía, por favor, es solo ficción!, dirán algunos. Pero cito a Florence Thomas cuando escribe: “El lenguaje es el fundamento de la reproducción del sexismo; es un aparato de construcción y de representación de la realidad y por consiguiente de la acción sobre ella por medio de elaboraciones simbólicas. A través de él internalizamos ideas, imágenes, modelos sociales y concepciones de lo femenino y de lo masculino, entre otras.” En cristiano: que de lo que se lee, se aprende, y que la única forma de cambiar la sociedad pasa por intentar transformar los modelos de representación que reproducen las estructuras dominantes.

En un país como Colombia, en el que casi 40.000 menores de edad practican ( y no libremente) la prostitución, según estimaciones más que fiables de la DAS y la Interpol, y en el que todas las fuentes coinciden en afirmar que el ingreso de niños y niñas a la prostitución es cada día mayor y las edades de vinculación cada vez más tempranas, ¿ no podría haber aprovechado el Premio Nobel la plataforma que le ofrecen su fama y su prestigio para ayudar a luchar contra semejante lacra en lugar de idealizarla y glorificarla? Y cuando media España protesta unánimemente contra los casos de prostitución infantil de Barcelona ¿no es hipocresía que nadie, en ninguno de los medios mal llamados suplementos culturales de este país, se haya atrevido a alzar el gallo para decir que García Márquez puede escribir mejor o peor, pero que lo que ha escrito se llama apología de la explotación infantil y de la violación, y que como tal debe leerse, y nunca como historia de amor?

Me gustaría que este artículo se fuera pasando en red a todos los colectivos feministas, o a las listas de correos. En el hecho de que todos los suplementos “culturales” españoles han puesto la novela por las nubes. Si admitimos en hipótesis que sí, que cada cual puede escribir lo que le dé la gana, dado que todo se puede hacer desde la ficción –o eso dice la crítica– y que lo importa es la belleza de la obra, y que por eso García Márquez tiene derecho a escribir sobre lo que a él le guste, al menos tengamos en cuenta que lo que no se puede hacer, desde la crítica, es llamar “historia de amor” a una relación de abuso, porque eso que es hacer apología, o no advertir que el protagonista de este libro en ningún momento se cuestiona la legitimidad de comprar los favores sexuales de una menor y de drogarla para que los realice, ni de violar analmente a una criada que depende del violador para su sustento. Combatamos al machismo institucional desde la red, que es lo único que nos queda.

jueves, noviembre 23, 2006

Memoria y Razón


Hace ya mucho tiempo que no me dejan con la boca abierta los eruditos. Quizás sea porque hace mucho tiempo que mis ídolos de antaño dejaron de ser mis dioses. Ahora prefiero venerar a los humanos y sorprenderme no por lo que saben sino por cómo razonan y sienten. Estoy harta de lo expositivo; el gran escudo de quien no tiene nada que aportar y hace alarde de su memoria y te recita versos como la lista de la compra y te dice que si aquél dijo... o el otro piensa... o qué sé yo, si no lo puedo comprobar (no tengo tiempo). Que si ya lo decía Platón, que si Barthes pensaba que, que si pitos y flautas. El caso es no mojarse, no aportar nada más por miedo a que se derrrumbe el altar de conocimientos apilados en su memoria para deleite de los "escuchantes". Qué sopor. Por eso hace mucho tiempo que no me interesa escuchar discursos referidos si no hay detrás un ejercicio nemotécnico o de simple entretenimiento o un motivo de discusión.
Recuerdo un año en 4º o 5º de carrera. Yo tenía algún que otro problema para acudir a clase de Filosofía (vivía entre Italia y España) y le daba mayor importancia a las asignaturas de lingüística. Se acercó la fecha del exámen y yo no me había dado cuenta de que no me había preparado el exámen de Filosofía. Una compañera muy bien intencionada me prestó todos sus apuntes. Un caos. No entendía nada y el tiempo se acabó. Decidí presentarme al exámen, anyway. El exámen consistía en un comentario de texto de Nietzsche y el lenguaje en el que teníamos que alojar todo nuestro conocimiento sobre el tema. Durante diez minutos permanecí frente al texto absolutamente ignorante de cuál era la teoría lingüística del filósofo. Tenía dos opciones: o me iba, o me quedaba y me explayaba en mis propias argumentaciones. Me quedé y el tiempo que duró el exámen lo pasé criticando cada uno de los puntos del texto. Cualquiera habría pensado que yo odiaba a Nietzsche a juzgar por la crítica que le hice. Literalmente lo derribé con mis arriesgadas argumentaciones. Al cabo de un mes el profesor nos citó por apellidos en su despacho para darnos las notas del exámen. Yo me moría de vergüenza porque esperaba un 0 despiadado (delante de los otros 3 alumnos que entraron conmigo) por atentar contra los razonamientos del gran filósofo. Mi sopresa fue de un 9. Yo le miré extrañanda y le dije que era un error. Entonces él me miró y me dijo: Beatriz, esto es filosofía. Te has arriesgado, pero has hecho filosofía.
Desde entonces, sigo en mi línea argumentativa (algo pesadita, no lo niego) e intento aportar mi visión de las cosas a este mundo que sigue haciéndose, no sólo con el andar de los tiempos, sino con el pensamiento individual. Y habrá veces que se me escapen algunas tonterías, algunas incoherencias, algunas brutalidades, pero tengo el orgullo de saber que, al menos, me he arriesgado y soy una obrera activa que trabaja en un andamio del pensamiento y el discurso mientras otros se limitan a mirar desde el suelo asfaltado.