jueves, diciembre 04, 2008

Crítica de La prisión delicada de Luis Artigue




LA PRISIÓN DELICADA de Beatriz Russo

Publicado con su habitual rigor por el sello editorial Calambur, el más reciente libro de poesía de Beatriz Russo (Madrid, 1971) contiene un único poema salmódico: bello texto escrito formalmente con parámetros cercanos a la poesía en prosa del último Juan Carlos Mestre –elaborados versículos libres en los que parece hermetismo lo que en verdad es libertad y desatada imaginación-. Así –los lectores de poesía menos obvia estamos de suerte- logra esta poeta adentrarse en ese camino que también transitan otras poetas muy recomendables del hoy como por ejemplo Ana Isabel Conejo (Atlas), Julieta Valero (Los heridos graves) Guadalupe Grande (El libro de Lilit), Alexandra Domínguez (Poemas para llevar en el bolsillo) y Silvia Zayas (Somos estacionarios).
Su poema, largo y lento como un blues femenino, se apoya en un pensamiento de Luis Cernuda para titularse La prisión delicada: “Ésta es mi prisión delicada./ No me salvéis./ Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia./ Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo/. Que nadie incinere mi cuerpo. / Tengo algo que evocar.”… ¿Y qué es temáticamente La prisión delicada?
Las creadoras expatriadas y geniales que coincidieron en el París de los locos años 20 –más concretamente en la orilla izquierda del río Sena, la llamada Rive Gauche- se consideraban a sí mismas lo opuesto a esas otras mujeres que aparecen en los cuadros prerrafaelitas (s. XIX). Amaban la belleza exótica de esas beatrices y ofelias, de esas estilizadas mujeres postrománticas de rasgos escandinavos, pero desdeñaban su pasividad, su condición de creadas y contempladas en vez de creadoras y observadoras, y por eso se empeñaron en superar el modelo de mujer prerrafaelita. Tomaron pues como modelo alternativo a Safo, la poeta de Lesbos, enfatizando el hecho de que esa primera poeta lírica había rebasado su condición de “décima musa” para ser algo más que musa: se había revelado. De hecho Safo –decían- frente a la épica, lo masculino, lo colectivo y la tradición helénica había optado revolucionariamente por la lírica, lo femenino, lo íntimo y la tradición asiática y, al hacerlo, había abierto decisivamente las puertas a un nuevo modelo, a una nueva forma de ser mujer.

Las reencarnaciones de Safo que habitaron el París de los años 20 miraban a las hermosas mujeres retratadas por los pintores prerrafaelitas con compasión pues se trataba de musas asépticas y pasivas encerradas en esa prisión delicada que es un cuadro; que es una vida en posición relegada.

En este sentido Beatriz Russo ha tomado como metáfora a las mujeres de los cuadros prerrafaelitas para, emulando a la vida y obra de Djuna Barnes, Thelma Wood, Natalie C. Barney, Jannet Flanner y el resto de mujeres geniales del París de los 20, reivindicarse a sí misma como creadora y como mujer con identidad propia, con cuerpo y con pasión. Se trata por eso el suyo de un libro aguerrido, densamente metafórico, audaz en el tema y tan intimista y universal al mismo tiempo que uno lo lee como imbuido simultáneamente de tradición y modernidad –de hecho en estas páginas conviven la diosa Astarté y los contenedores, Boccaccio y las fotocopiadoras-.

Además en este poema confesional se dan conciliadoramente la mano la imaginación y la metafísica –La madonnima del pianto condenó mis lagrimales. /Se inundaron mis mejillas con la corriente actividad de los malvados./ No hay tiempo para pedirle cuentas a la vida./ El nihilismo es tan improductivo como el porqué- para acabar conformando un lírico alegato moral que, más allá del feminismo, se erige en una defensa y un elogio de la feminidad con toda su grandeza, su multiplicidad y sus ámbitos propios: “En mi prisión delicada el tiempo no es de los hombres./ Los hombres se suicidaron con las magnolias de la eucaristía./ El vino es el vudú que puso espinas a la rosa./ Y el pan, la duna estéril de un desierto sin agallas.”. De hecho uno termina su lectura pensando en que para esta autora la prisión delicada equivale a su mundo, a esa “habitación propia” de la que hablaba Virginia Woolf. Por eso Beatriz Russo demuestra haberse construido un mundo interior propio, rico y delicado al cual no quiere renunciar pero desea compartir para ampliar así las fronteras mentales que con frecuencia nos constriñen.
Y he ahí uno de los grandes hallazgos de este libro: su gran poder de sugerencia. Y es que uno disfruta tanto de lo que estos versos dicen como de lo que sólo sugieren, de lo que nos invitan a intuir. Y es que este poema, mientras nos ayuda a reparar en lo fascinante que resulta el modo como van cambiando y superponiéndose a lo largo de las generaciones los modelos de mujer, igualmente nos enfrenta a la evidencia de lo anquilosado que aún está nuestro actual modelo masculino: un modelo que arrastra cierto desvirtuado sentido de lo heroico, de la protección, de la sobreactuación y de la dominación el cual nos viene de la épica, del amor cortes y del arte prerrafaelita...

Beatriz Russo, como Safo, Djuna Barnes y tantas otras mujeres valientes que la han precedido, seguramente cree que ha escrito La prisión delicada en defensa de sí misma, pero, como hombre frágil, yo sé que también lo ha hecho por mí; por nosotros... Gracias.

Luis Artigue

http://www.luisartigue.com/