lunes, diciembre 01, 2008

Feliz cumpleaños, Caballito de mar


EL ÚLTIMO VIAJE


Me dijiste adiós con la mano desde la memoria de un mimo despidiéndose por la calle Dorrego, allá en Buenos Aires. Me dijiste adiós sin que yo intuyera que ibas a emprender un viaje más largo, tú último viaje. Siempre te gustó viajar y me acompañabas en mis vuelos, con el entusiasmo de quien quiere viajarlo todo, vivirlo todo y así te recuerdo ahora en Johannesburgo, acariciando cachorros de león en un safari, cenando en nochevieja con mis compañeros como si fueras un miembro más de la tripulación, riendo, contando anécdotas, probando todos los vinos sudafricanos. Siempre querías probarlo todo, pese a que yo era tan miedosa que me tenías en vilo siempre, como cuando me acompañaste a Costa Rica y te empeñaste en hacer rafting. Yo no podía ir porque tenía que prepararme para el vuelo y me quedé esperándote, pero no llegabas. Entonces me regañé a mí misma por haberte dejado ir, pero ahora que ya no estás me alegra que lo hicieras. Llegaste justo a tiempo de coger el avión de regreso y yo suspiré de alivio, no te tragó el río. Yo siempre tan tremendista y tú siempre riéndote de mí. Te reías como cuando me viste escalar una catarata en Iguazú, sabiendo que me moría de miedo, pero sabiendo que lo haría por verte la cara de orgullo. Superé la prueba del vértigo y me aplaudiste como solías hacer cada vez que le echaba coraje. La tirolina me la perdonaste, demasiadas emociones para el mismo día.
No sé por qué, todos los recuerdos son de agua. Hay barcas por todas partes; en el lago Atitlan en Panajaché (Guatemala), donde hicimos una travesía divertidísima con mis compis parando en los pueblos, visitando a los indígenas en sus telares, perdiéndonos por los mercadillos donde vendían cosas raras.
En Ushuaia (Tierra de Fuego, Tierra del fin del mundo) recuerdo que te embarraste hasta las rodillas al salir de la barca y yo tan contenta porque se te habían estropeado los náuticos que tanto odiaba. Pero tú me miraste y me dijiste que eran indestructibles y era cierto, fuimos al hotel, los lavaste y los pusiste en el radiador para que se secaran. Cuando regresamos, la habitación estaba llena de humo, casi se incendian los malditos náuticos. Pero no, todo ahumado, los zapatos intactos y tú tan contento. Nos reímos todo el día pensando en la que podríamos haber montado por salvarlos.
En Xochimilco (México D.F), recuerdo el viaje con la familia de Montse. Sobre todo Virgilio, su padre, cuando apareció con un cubo lleno de tequila y sangrita diciendo que teníamos que acabar con las botellas. Compramos maíz a las barcas que se acercaban para vendernos su comida y las botellas llegaron al puerto acabadas. Yo eché un pulso etílico con Virgilio, que estaba asombrado con mi resistencia al picante y al tequila. Parecía más mexicana que ellos… Menos mal que María nos había preparado un pozzole para entonarnos.
En Perito Moreno (Calafate), visitamos los glaciares y escalamos uno de ellos con el miedo de hundirnos para siempre bajo el hielo. Qué bien nos sentó el aperitivo sobre la nieve cuando por fin nos quitamos los escarpones. Recuerdo nuestra victoria al conseguir filmar la caída de un buen trozo del glaciar después de casi dos horas esperando. También recuerdo que casi nos perdimos en el glaciar Upsala, sólo por querer ir a nuestro ritmo. Nunca comimos tanta carne como en Calafate. Ansiábamos que llegara la hora de comer para encontrar otro restaurante nuevo donde superar el bife anterior. Al final decidimos que nos gustaba más la carne gallega, sobre todo la de Mens que comprábamos a la señora de la vaquería vecina junto con leche fresca, huevos, y pataticas para hacernos esas tortillas que sólo tú eras capaz de hacer. Nunca he vuelto a comer una igual, a mí no me salen.
En Iguazú superamos la prueba de navegar bajo las cataratas. Nos pusimos perdidos y salimos en el video poniendo todo tipo de muecas de descarga de adrenalina. Casualmente estábamos en la primera fila y el señor que nos filmaba no paraba de enfocarnos. Lo habríamos repetido millones de veces. Era todo un espectáculo ver y sentir la fuerza del agua.
Tengo muchos más recuerdos terrestres, pero he preferido hablar del agua. Quizás fuera premonitorio que te convirtiera en caballito de mar. Amabas tanto el mar, sobre todo la Costa da Morte, tu nuevo paraíso donde estoy segura que liarás a los peces para que te enseñen sus rincones, porque siempre fuiste un viajero incansable, un viajero sin miedo, un alma de otro lugar, amigo de tus amigos hasta hacernos hermanos, adorador de tu familia, hasta hacerla amiga, embaucador de las féminas, (ahora recuerdo las simpáticas tangueras de San Telmo que se enamoraron de ti, o la guía de Ushuaia con la que te intercambiabas poesías por mail, pidiéndome consejo).
Pero tu elegiste Buenos Aires una semana antes de marcharte. Sé que es una casualidad, pero es lo último que conservo de ti y prefiero recordarlo como tu despedida. Te marchaste sabiendo que me quedaba en buenas manos, de nuevo enamorada y feliz, con las cosas arreglándose poco a poco. Siempre nos mantuvimos al día, aunque yo te contaba más cosas que tú a mí. Siempre fue así, eras más discreto y yo más torbellino.
En San Telmo hicimos magia humana, claro que lo recuerdo. Cómo puedo olvidar a todos los amigos que hicimos: Alejandro, Peter, Eva, Velkor el cineasta servio, los chilenos, el mexicano exiliado, la parejita inglesa, los argentinos, las guapísimas tangueras, y otros más que estaban de paso. Todos te dimos una fiesta sorpresa, hoy, hace 4 años. Te mandé a comprar empanadillas. Suena a chiste, pero fue así y como tú nunca cuestionabas mis rarezas, te marchaste al lugar más lejano donde vendían las mejores empanadillas de choclo del mundo y al regresar te encontraste el salón del Hostel TelmoTango decorado con felicitaciones en todos los idiomas y todo lleno de globos y bengalas. Yo no podía permitir que pasaras tu cumpleaños sin sentir el calor de los amigos y tu familia, y aunque no fueran los de siempre, fueron amigos y familia durante ese mes en Argentina. No pudiste acertar mejor dejándome este último recuerdo de ti.

Hace no mucho, en la presentación de mi último libro me mandaste un mensaje diciéndome que escucharme recitar te daba la vida, te ponía los pelos de punta (claro que es subjetivo, me ocurre sobre todo con los amigos). La poesía no sirvió para salvarte (la poesía no salva, sólo calma y expande el alma), pero sé que te has llevado mi voz contigo y sé que seguirás estando en cada uno de mis recitales, como siempre sin faltar, con ese entusiasmo y sensibilidad de siempre.
No sé nada del lugar donde estás, el lugar al que todos, tarde o temprano, llegaremos, pero sí sé del lugar donde estoy ahora, no sé por cuánto tiempo, pero es donde estoy y sé que tú también estás porque sigues vivo en el recuerdo de los que te queremos y siempre te recordaremos. Porque como decía Rosales, vivir es ver volver, que es lo mismo que recordar. Este fragmento del libro La casa encendida, lo empleé para un homenaje días después de tu último viaje. Lo escogí pensando en ti en ese momento. Y como no quiero despedirme, te dejo esta belleza de regalo de cumpleaños en tinta verde, tu color de tinta. Yo no podría haber escrito nada tan hermoso.
Besiños siempre.


"Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas; se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarse dentro de sí mismo y sentir que se nos van desvaneciendo, que se nos van secando, poco a poco, aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres a los que hemos amado un día y a los cuales debemos lo que somos. Pero vivir es ver volver. Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán y atar los unos a los otros en una misma ley de permanencia; es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de nosotros; está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida".