lunes, noviembre 28, 2005

Bailando en el burladero

Todo podría haber acabado en tragedia de no haber sido porque yo no tenía ganas de líos, que ya es duro mantener la línea (no ésa, la otra, la de espera) En otra ocasión y si mi amigo pez Nemo no me hubiera acompañado, sí que habría participado en el embrollo. Pues resulta que en este país sí se lleva eso de pedir la vez y salir pitando hacia otro lugar donde pedir la vez para después salir escopetada a otro lugar y así hasta que dé de sí la mañana. Yo esto no lo sabía (a veces navego en el mar de la ignoracia y así me va) El caso es que hoy me he levantado sintiéndome una estúpida por no haber sido partícipe de tal embrollo. Pero, claro, como me ocurre la mayoría de las veces, el sentimiento de estupidez me aparece cuando no ha lugar y con carácter retroactivo para que me dé más rabia. A lo que voy. Entra en la oficina de Correos un chucho tipo caniche paseando a su dueña atada de la muñeca a la correa (que no sé por qué no la dejó fuera y con el bozal puesto) Yo mientras tanto a lo mío (rellenar los impresos de certificado) De pronto oigo protestar en tono afrancesado a la señora que me precede en turno "pego oiga señoga, que yo también tengo cosas que haceg y tengo que ig también a la fagmacia" y la señora del chucho, haciendo alarde de sus orígenes aristocráticos le responde que hubiera ella pedido también la vez. "Pego señoga, si todos pedimos la vez, no habgía nadie haciendo fila y segía un caos. Esto no puede seg nogmal. Qué descago" No será normal en su país, pero aquí se hace esto de toda la vida y si no le gusta .... - le responde la ariscogática. Entonces, de repente, ambas se giran hacia mí y me preguntan. Yo miro a Nemo y Nemo me mira a mí y yo miro a ambas señoras y después vuelvo a mirar a Nemo, que se encoje de hombros, y finalmente me atrevo a decir que yo no sé nada, como si se tratara de una caza de brujas y me estuvieran apuntando con una antorcha. Entonces la pobre francesa indefensa mira hacia otro lado resignada y humillada porque la ariscogática se ha salido con la suya. Y yo me quedo en la fila con mi sentido de culpabilidad, injusticia y vergüenza y me dan ganas de decirle a la franchute con mi mejor acento francés "c´est pas vrai. On n´est pas come ça" pero me callo y me voy a mi casa con el peso de las malas digestiones. Y hoy me levanto, como si aún me repitiera aquel mal trago y me dan ganas de fragelarme por inoportuna. Porque, vamos a ver, ¿a qué viene eso de protestar ahora que no ha lugar? Pues supongo que viene a que mis enfados tienen un detonador programado para funcionar en dos días o quizás tenga razón la franchute cuando me miraba resignada y pensaba que así nos va a los españoles, muchos toros pero a la hora de la verdad nos resguardamos en el burladero, que para torear ya está los toreros. Pues sí señora, tiene usted toda la razón.
Pero, eso sí, para el bailongo, nada mejor que nosotros, país latinoamericano del Este. Porque hace falta tener ganas de bailar cuando se baila la música de Bisbal y su cuadrilla, que es lo que se lleva en todas las bodas, aunque se celebren en el Gran Casino de Madrid y todo sea etiqueta (los trajes, el menú y el vino) Reconozco que cuando entré en el salón me sentí Sisí Emperatriz y me sentí orgullosa de haber elegido mi vestido de cuatro capas de tul. Ni la Regenta podría haberme hecho sombra. Mientras tomábamos el cócktel yo seguía soñando con aquellos tiempos, a veces tan anhelados. Se lo comenté a Caballito de mar, que en un instante me sacó de la ensoñación "sí, siempre y cuando te hubiera tocado ser una princesita o una aristócrata" Desgraciadamente, seguro que no era el caso y estaría soñando con un futuro mejor, quizás con el que ahora tengo, mientras le zurzo los calcetines a mi esposo. Pero, en fin, a lo que iba. Después de la magnífica cena de veintemil tenedores, pasamos al salón de baile. La cosa empezó muy bien cuando sonó el vals de rigor, pero después, antes de media noche, se deshizo el encanto y regresé al presente discográfico, donde, afortunadamente, no tengo que zurzir ningún calcetín y desafortunadamente, sí, soportar a los clones de Ricky Martin e imitadores.
Lo peor de todo es que con tanto mirar hacia atrás y hacia adelante se me olvida mirar por dónde voy y puede ocurrir que alguna de las veces a mi zapato no se le pegue la misma mierda de siempre sino un boleto premiado en el sorteo de los días dichosos.