jueves, diciembre 08, 2005

Haciendo Puenting


Por si no teníamos suficientes puentes en Madrid y en toda España, creo, ahora nos toca sufrir este puente con dos agujeros que más bien se parece a un acueducto. Y es que ahora que lo pienso el témino Puente ha dado mucho de sí en mi vida. Ya desde pequeña me alegraba la siesta de mis padres jugando con mis vecinitas a hacer el pino puente en la pared del callejón donde vivíamos. Claro, que no nos limitábamos a ser simples árboles o arbustillos. Según recuerdo ahora la gracia estaba (y me acabo de dar cuenta de ello) en que mis vecinitos también participaban de nuestra exhibición contemplándonos, o más bien, supongo que les divertía ver cómo nuestros vestidos nos cubrían la cara y dejaban al aire las braguitas. Su personalidad viril ya se estaba gestando: la cara tapada y lo demás al aire.
En la adolescencia el término se acuñó para temas de amoríos.
El chico puente era aquél que hacía las veces de puente provisional o móvil o puente de Tente entre el anterior y el posterior novio, porque antes se tenían novios y ahora no sé. Yo, en cambio lo llamaría chico purgante pues en realidad servía para purgarnos la indigestión que nos había dejado el anterior. Claro que no es lo mismo llamarlo chico puente que chico purgante o laxante. Demasiado escatológico.
Y ya en mi edad laboral el puente se convirtió en aéreo y en vez de enseñar las bragas tan ingenuamente como en la pared del callejón de mi infancia, comencé a enseñar los dientes. Y luego dicen que los dientes cambian a los seis años. A mí me cambiaron con veinte, cuando aún no sabía que la sonrisa cambia de color en el puente aéreo. Si lo llego a saber antes me dedico a hacer puentes en los coches oficiales para vendérselos a los mafiosos rusos a lo Bonnie and Clyde.

Y ahora, en la actualidad, triste pero cierto, yo me escaqueo de estos puentes domingueros, única ilusión, después de las vacaciones estivas, para sobrellevar la cruz laboral. Y es cierto que me entristece escuchar que en la víspera festiva todos estan contentos porque parece viernes. Tres oasis de viernes en una misma semana y tan felices, sin saber que cuando pase el espejismo del pseudoviernes seguirán muertos de sed en el mismo desierto de siempre. Ya lo decía Wilde en
El crítico artista "no hacer absolutamente nada, que es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual" y se sobrepasa también tristemente cuando afirma que el trabajo es la maldición de las clases bebedoras. Y es que en aquellos tiempos no existía el botellón, que es la maldición de las clases ociosas. Y yo que soy decimonónica me doy al champange o al cava (que yo no sigo el rollo del boicot) o al vino espumante o a cualquier "elixir" que haga que se me suban las burbujas a la cabeza y pueda seguir contando estas tonterías.