viernes, julio 28, 2006

La vaca se quita el sombrero

Desde este espacio y con la censura que se me impone, me quito el sombrero frente a quienes aún no han perdido la esperanza en la lucha por lo que les es digno y lícito luchar. Cerca de 1000 empleados de esta compañía están a punto de perder su trabajo, de romper su estabilidad familiar (habrá divorcios, depresiones, niños que pagarán las consecuencias, etc...) y sus ilusiones a causa de una desacarada estrategia empresarial por derribar a una compañía de bandera y dejarnos a todos en la calle. A la vaca que escribe no le afecta tanto, tiene otros recursos. Sin embargo, se me parte el alma ver cómo hay compañeros/as cuya dedicación a la empresa ha sido tal que ya no saben ni tienen opción de hacer otra cosa, porque no olvidemos, que en este país se tiene muy en cuenta la edad laboral con el fin de explotar la inexperiencia para su propio beneficio (ese es otro tema más extenso) En fin, que siento mucho los perjuicios que ha ocasionado este levantamiento, pero el cliente sólo arriesga unos días de vacaciones y los trabajadores tienen mucho que perder. Pero mientras en este país sólo se piense en el propio beneficio sin tener en cuenta la dignidad del trabajador no haremos sino ser cada vez menos humanos. ¡¡¡¡Un poco de comprensión, que se están jugando el pan de sus hijos, el cole y la hipoteca!!!! ¡Taco!

viernes, julio 21, 2006

La vaca y Lactomía

Hay milagros que cuesta creer, incluso cuando el milagro puede parecer sin sentido. Porque, ¿qué sentido tiene que la vaca que escribe considere un milagro que el ritmo se le haya metido en el cuerpo y ya no salga de él? Pues mucho, porque la vaca que escribe siempre se ha quejado de ser amusical, de no tener ni la más mínima noción del sonido, ni del ritmo, ni de la armonía. Y ayer, de la mano de mi amigo Pez Miguelong, que tiene una ONG llena de niños y apoya todas las manifestaciones artísticas en su Local 15, se produjo el milagro de la percusión.
Sinho, uno de los percusionitas del grupo Lactomía de Candeal, me metió el ritmo en el cuerpo con su tántantantán-tantantántan-tantántan, y ahora no sé qué hacer para sacármelo. Él se reía anoche, de camino a su casa, porque Pez Miguelong y yo no parábamos de percutir sobre el salpicadero del coche. Esta mañana me he levantado, he cogido mis palillos para sushi y me he puesto a percutir como una posesa sobre la encimera de la cocina, sobre mi piano, sobre la cama, sobre el sofá. No puedo parar, he vaciado 3 latas de conservas y me he puesto a azotarlas con mis palitos, con el deseo de exorcizar a Sinho, que se me ha metido en el cuerpo (es metáfora). Estoy enloquecida. Como siga así, no va a ver un dios que me saque de la vera de Carlinhos Brown en su próxima concentración. Para entonces ya habré hecho muchos adelantos (si no me ataca la volubilidad que me caracteriza).
Y es que desde hace un par de meses todo me apunta a la música. Primero aparece Pez Eric y me graba un millón de cds para ponerme al día. Después, mi profe Pez Piano y yo sacamos una melodía imaginada por mí y yo me emociono y me creo, además, compositora. Después hago un hechizo a Pez Música para que este verano me de clases de estilo musical. Hace dos días invito a Pez Auri a casa a comer y me regala un cd con un archivo de 8 millones de canciones acotadas por un texto que la implica con sus grupos de música favoritos. ¡Un regalo inestimable por mí, Auri! Y ahora, Pez Miguelong me presenta nada menos que a un percusionista de Carlinhos Brown. ¿No creéis que son demasiadas señales? Ya me veo en Bahía, a ritmo de Samba, insistiéndole al tambor de colón de 20 kilos.
Os dejo, que tengo que repercutir.
Tán-tantan-tán-tantantán-tan-tántan-tan

jueves, julio 13, 2006

El surrealismo a la vuelta de la esquina


A veces ocurre que el surrealismo, tan lejano de la vida cotidiana como se cree, se encuentra a la vuelta de la esquina. La palabra surrealista aparece en el subtítulo de Las tetas de Tiresias (drama surrealista), en junio de 1917, para referirse a la reproducción creativa de un objeto, que lo transforma y enriquece. Como escribe Apollinaire en el prefacio al drama,
Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar, creó la rueda, que no se parece a una pierna. Del mismo modo ha creado, inconscientemente, el surrealismo... Después de todo, el escenario no se parece a la vida que representa más que una rueda a una pierna.
Y hay semanas en que el surrealismo lo ocupa todo. Quizás sea algo subjetivo y no se ajuste a los parámetros definidos por Apollinaire pero lo cierto es que esta última semana me han ocurrido cosas que en reducción al absurdo denomino surrealistas. Para empezar, y refiriéndome a las piernas, Pez Nemo y yo vivimos un momento que si mi buen amigo Pez Barroso hubiera estado allí, habría tomado la situación como inspiración para uno de sus cortos. El domingo, después de la polémica final Italia- Francia, me tuvieron que trasladar al Hospital (los nervios me provocaron un cólico). Coincidía con el cumpleaños de mi amigo Pez Música y tras la cena (olé por Pez Shu) nos fuimos derechos a que me inyectaran una dosis de Buscapina y Nolotil. El chute fue tremendo y salimos Pez Nemo y yo medio somnolientos (él por empatía) hacia el coche. Había dos enfermeras en la puerta fumándose un cigarrillo. Esa noche me quedaba a dormir en casa de Hada Marina, que no me dejó dormir sola. Cuando Pez Nemo aparcó se dio cuenta de que sus sandalias no estaban dentro del coche (tiene la costumbre de conducir descalzo). Las buscamos por los sitios más insospechados y al final decidimos regresar al Hospital (quizás estuvieran debajo de la camilla, en la sala de espera, en la consulta del médico). El coche avanzaba lentamente por el aparcamiento. Las enfermeras se estaban fumando su quinto pitillo y la plaza de aparcamiento estaba ocupada, no por un coche sino por las dos sandalitas perfectamente aparcadas en un lateral. Las enfermeras nos miraban entre bocanadas de humo. Pez Nemo aparcó sigilosamente, sacó sus piececillos del coche, los calzó con las sandalias y las puso a conducir sobre el embrague y el acelerador. Las enfermeras seguían apurando sus cigarrillos en silencio mientras veían cómo los dos tarados del coche se alejaban sintiendose casi culpables de cualquier cosa. Desde entonces me persiguen las sandalias aparcadas. Quizás sean de alguien que no quiere que le vea y se hace invisible. Sé que alguien me espía porque no es normal que junto a mi coche siempre haya una zapatilla sin pie. O quizás sea una señal, la zapatilla que Cristo perdió yo la encontré o quizás sea un ceniciento al que tengo que buscar en mi reino. No lo sé. Me espero cualquier cosa. A lo largo de mi vida me han estado llegando toda clase de presentes anónimos: bombones, ramos de rosas, cartas sin remite, un geranio y una tortilla de patatas y cebolla a la puerta de mi casa, pendientes de oro y ahora sandalias. ¿Qué está ocurriendo?,¿esto es normal?, ¿le ocurre a todo el mundo? No sé.
En fin, lo gracioso es que Pez Nemo ya no se atreve a ponerse sandalias por miedo a llegar a su casa descalzo. Es más, se está planteando no tener novia por temor a marcharse a su casa olvidándola en la mesa de un restaurante. Y lo de tener hijos ni hablamos, a no ser que los saque a pasear con una correa. Si fuera tan fácil olvidarse de los malos recuerdos como se olvidan las sandalias en el aparcamiento del Hospital, la vida sería menos complicada.
Afortunadamente, yo sí me olvido de lo malo y de lo bueno nunca.
Lo bueno fue la presentación de mis amigas mosqueteras (Pez Ale y Pez Ceci) en Amargord. Lo bueno fueron sus voces, su entusiasmo y la complicidad que mantuvimos en todo momento las tres. Lo bueno fue también Pez Paquito, que nos obsequió con una botella de pacharán para que fuéramos más nosotras, las tres poetas amigas que trasnochan junto a una botella de pacharán y hablan hasta el amanecer de lo que se puede y no contar. Éstas son las cosas buenas que hay en mi vida.
Y cambiando de presentación, lo bueno también fue asistir a la presentación del libro de mi amigo Pez Barroso M.A. Antonioni. Técnicamente dolce en la Filmoteca e intercambiar dedicatorias como si nos estuviéramos cambiando cromos. Lo bueno fue conocer a Pez Alas y ver de nuevo a Pez Aute, que siempre me hace reír y sonreír. Todo esto es lo bueno que hay en mi vida.
Y también es bueno saber que Pez Fugu es capaz de interrumpir una tarde familiar por acudir en mi ayuda y hacer que me sienta como en casa visitando a su familia y ver cómo Pez Ámbar limpia ámbar en su jardín para hacerle un colgante a alguien querido. Fue tan tierno verle junto al barreño lavando la pieza y puliéndola con esa delicadeza que sólo alguien como él, pone en todo lo que hace; ver a su madre toda hecha una sonrisa amable que prepara un té de roibós; compartir con Pez Alba y la pequeña Pez Mica la dulzura y el amor de una tarde familiar. Todo esto es lo bueno que hay en mi vida.
Lo bueno de cenar con mi amigo Pez Basi y Pez Maroto (que insiste en quitarme las gafas y operarme los ojos, poeta cirujano) y ver que aunque pasen los años todo sigue siendo igual que siempre, igual en la amistad.
Habría que hacer una revisión a las cosas importantes de la vida y olvidarse de aquello que las eclipsa, quizás prestando más atención a lo bueno que nos rodea, que estoy segura de que es más valioso que las penas. Y cuando nos entre el bajón buscar la belleza. Pez Jimy la otra noche supo cómo hacerlo, me regaló un ejemplar de Brodsky que no tenía y me invitó a entrar en la metabelleza de Pan de lujo donde cenamos bajo luces indirectas y paneles iluminados que cambiaban de color junto a isletas de hierba sobre el agua. Y ahora sé que es posible encontrar la felicidad cuando se aspira a ella.

jueves, julio 06, 2006

Ácido y miel

Queridos míos,
tengo el placer de invitaros al recital de poesía Ácido y miel de dos poetas amigas mías:
Alejandra Aventín Fontana y Cecilia Quílez Lucas
Presentadas por mí, Beatriz Russo, la tercera mosquetera (válgame el ripio)
Será mañana viernes 7 a las 20.30 en:
Ediciones Amargord
C/ Torrecilla del Leal 32
915391650/915278823
club@edicionesamargord.com


lunes, julio 03, 2006

La vaca y el cinema

Del verso a la imagen y de la imagen a la palabra. La simbiosis del gesto y la voz.
Hay un paralelismo agudo entre ver y decir, aunque a veces cueste tanto lo uno como lo otro. Sin embargo, yo, que tengo el placer de tener a Miguel Ángel Barroso como amigo del arte de la palabra, he visto el gesto que trasciende a lo escrito. Él es capaz de adaptar al ojo a un modo de percibir poético. Él también es capaz de servirle de lazarillo al ojo ciego describiéndole lo que está más allá de la conciencia. No me cabe la menor duda de que entre Antonioni y el espectador siempre quedará Miguel Ángel Barroso.