domingo, marzo 08, 2015

Los hombres que aman a las mujeres





A mí como me habría gustado pasar el día de la mujer es con un hombre.

Podría poner aquí un compendio infinito de mujeres con sobrado talento que fueron eclipsadas y alejadas de sus verdaderas vocaciones. Podría enumerar una lista interminable de luchadoras infatigables, feministas que se hicieron sangre y cuya reivindicación ha hecho que yo pueda decir lo que me dé la gana y elegir, en la medida de mis posibilidades, cómo quiero vivir mi vida. Sin embargo, hoy me habría gustado pasar el día de la mujer con un hombre, el hombre que me falta, y sin el cual, yo no habría sido sino silencio en una jaula de cristal empañado por la niebla de los bosques "umbros".

Solíamos pasar las horas hablando de la mujer y el amor. Eran nuestros temas favoritos. Le gustaba escudriñar mi pensamiento, sorberlo y paladearlo, para después destilarlo y hacer su propio brebaje iluminador. Nadie sabía más de mí que él. Descubría fragmentos que ni yo misma conocía, los rescataba con la paciencia de un constructor de puzzles y me los mostraba orgulloso de su hallazgo. Ningún hombre se ha preocupado tanto por conocerme, ninguno supo traspasar el holograma que me representa para entrar en un yo que de tanto protegerlo se me estaba olvidando. Sin juzgarme, sin querer cambiarme, orgulloso de lo que era con él y con el mundo. Me quería por mis defectos y mis torpezas, sin fingimientos ni imposiciones. "Yo no quiero amigos perfectos – solía decir – desconfío de los que nunca me fallan. Yo quiero amigos que se equivoquen, que metan la pata como humanos". Tenía algo de mujer en su visión del mundo, él mismo lo reconocía. Le fascinaba ser parte de nuestro pequeño universo femenino, meterse en nuestras conversaciones más inconfesables, aquéllas que desaparecen con la última carcajada en un pacto de autodestrucción de lo dicho y de aquí que no salga.

Yo escribo poesía fundamentalmente por él. Él me habló de Pizarnik, Storni, Delmira Agustini, Ocampo, y un largo etcétera de escritoras de cabecera para él. Me hizo leerlo todo. Me regalaba libros y películas, me llevaba los suplementos culturales de los periódicos a casa para que estuviera al día, me organizaba la agenda de teatro, cine y conciertos, pero sobre todo me incitaba a escribir. Él fue quien rompió a martillazos el cristal de la jaula. Me pidió, casi con súplica, que no arruinara mi vida para ser una bella escultura en la vitrina de un castillo en las hermosas tierras de Italia.

Cada día de su vida era un homenaje a la mujer. Amaba estar rodeado de sus amigas, sólo él entre nosotras, solo él enmarañándose entre sus chicas. Cada una tan especial como todas. Ahora todas sin él. Se marchó dejándome sola en un vuelo sin motor, planeando en la brisa de su memoria. Echo de menos su voz, su carcajada limpia y contagiosa, su mirada verdosa de bosque iluminado y esa especial habilidad para hacerme sentir lo importante. El anecdotario de mi vida se ha quedado sin oídos. Todo ahora es confesión en el silencio frente a su retrato. De vez en cuando le pongo flores, enciendo una candela y le hablo. No me responde pero se me aparece en sueños y baila conmigo un tango, y me recuerda lo mal que sigo bailando y le doy un taconazo y él dice "ay" riéndose de la fierecilla que no puede estar callada ni en el letargo.

Hoy me habría gustado pasar el día de la mujer con este hombre, pero me voy al teatro con algunas de mis mujeres favoritas, las amigas que él tanto amó. Las retablillas sin el príncipe vamos a ver a Robert Lepage "Needles and opium", el dramaturgo que siempre nos ha hecho volar de gozo. Esta tarde me faltará su pierna posándose en mi rodilla para el rutinario masaje en los gemelos. "Me tienes esclavizada con tu extraña afición por el masaje gemelar" – le decía cada vez que nos sentábamos en la butaca del patio. Y él se reía remangándose el pantalón. "Mira que eres quejica, te lo cambio por un masaje de manos" – añadía. Hecho.

Porque a veces es necesario recordar a los que, sin pretenderlo, siguiendo solo su convicción de igualdad de género, apoyan en el día a día y en lo cotidiano, nuestra lucha por defender el derecho de la mujer a exigir su inclusión en la historia. Él era una de tantas personas con conciencia de mérito femenino que no aparecen en ningún libro ni ningún folleto reivindicativo. Sin embargo, basta la hazaña de un solo hombre para hacerse gloria. Yo tuve la suerte de su amistad y apoyo. Me queda el legado de su visión de vida y un acervo infinito de razones por las que seguir siendo yo.