lunes, agosto 18, 2008

Cartas consulares de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán

Hace tiempo que quiero recomendaros este libro de poesía de mi querido amigo Miguel Ángel Muñoz publicado en la editorial Calambur (no por eso lo recomiendo, es fascinante, aún me sigue estremeciendo). Os incluyo una reseña aparecida en el ABCD de las letras, escrita por Jambrina. Espero que os anime a leerlo.



Entre la duda y la esperanza. No hace mucho, teníamos la oportunidad de leer unos textos en prosa de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán (Madrid, 1961) incluidos en el último libro de Juan Carlos Mestre, El universo está en la noche (2006); eran comentarios de un poeta sobre un poeta afín en los que demostraba estar familiarizado con los relatos míticos y legendarios y las literaturas ancestrales.
Tras la publicación de Una extraña tormenta (1992) y Las fronteras (2001), nos ofrece ahora su tercer poemario, Cartas consulares. La epístola en verso, como es sabido, es un género poético que ha gozado de una gran tradición en la literatura occidental, desde los grandes maestros, Horacio y Ovidio, pasando por Petrarca y algunos grandes poetas áureosespañoles, hasta llegar al chileno Gonzalo Rojas, por poner un ejemplo reciente y no ajeno a Muñoz Sanjuán. Las Cartas consulares están llenas de referencias y resonancias clásicas, pero, a la vez, están escritas en un lenguaje moderno y visionario. Como las de Ovidio, también éstas son cartas de un desterrado («Gracias por acogerme como se abraza a un desterrado»;
«consciente soy de mi condición de extranjero en esta tierra»), de un «extraño en tránsito», de un viajero, como el héroe Jasón, condenado a vagar por el espacio y por el tiempo y a separarse de los suyos («Primera carta consular o parlamento sobre Jasón»). De hecho, estas diecisiete epístolas conforman el relato mítico de un alma errante y en pena que quiere recordar y ser recordada, reconocerse y ser reconocida por su familia, antes de despedirse definitivamente del mundo: «Esta es la historia que habita mi existencia;así da comienzo el silencio,y solamente él lo sabe, pues cada corazón teje su propia leyenda y describe sus desconocidas cartas topográficas». Se trata, pues, de rememorar a través de la escritura, dado que la memoria es una carta póstuma que, desde el pasado, nos envían nuestros antepasados, para que no los olvidemos, y así no morir del todo («pues un padre nunca reside en una tumba, / su lugar son
los telares del pasado»); también para que podamos recobrar nuestra propia identidad («Si un hombre halla los restos de su propia tumba, / y en ellos no sabe reconocer los huesos de su padre. / Si de esa arcilla se es y en ella no se desea estar, / quién es el que fui y el que ahora me siento…»). Se trata, en cualquier caso, de «retornar», no de volver, puesto que retornar es «ser de nuevo el que fuimos» en la memoria y en la vida de los otros. Y así ha de ser, de generación en generación:«Los muertos hablan antes de morir.Pronuncian palabras como las que mi padre dijo,como las que yo también un día pronunciaré».Los últimos versos del libro resultan, en este sentido, muy reveladores:«Aquel hombre regresó diez días después de muertopara volver a mirarlo,y su nieto lo sabe».Así pues, no es extraño que, en estas cartas, se mezclen y se superpongan el pasado y el presente, la vigilia y el sueño, la realidad y el mito, la historia y la leyenda, y, por supuesto, la vida y la muerte; de hecho, en buena medida, podría decirse que son cartas de ultratumba («A la muerte hay que hablarle con sus palabras. / Mas si alguien me pregunta: qué palabras son esas, yo le diré: / soy un hombre, y traigo a la muerte de la mano. / En el reino de Hades, la vida es un perro tratado a patadas»). En cuanto al yo que habla en estas cartas familiares, cabe decir que es un sujeto desdoblado –en un padre y un hijo, en un yo y un otro, en el personaje y su doble– y habitado por numerosas voces, un hombre, por tanto, que habla «como un pueblo entero». Estamos, pues, ante una poesía visionaria y elegíaca, caracterizada por un profundo aliento épico y un tono profético u oracular. Su discurso, por lo demás, no es lineal ni lógico ni enunciativo, sino fragmentario, irracional y autorreferencial («Y así también podría comenzar esta historia, / sabiéndose reescrita como otras muchas cartas»). Y sus poemas, generalmente extensos y compuestos por versos largos, casi versículos, están llenos de reiteraciones rítmicas, de inquietantes antítesis y paradojas («Qué pequeñas las Casas de la vida, / qué grande la Morada de la muerte». «Todo era extraño y por ello normal») y de
sorprendentes imágenes («Porque así son los árboles, / vestiduras sagradas para el corazón de los pájaros»). Una voz, en fin, madura y original, y un libro que se mueve «entre la duda y la esperanza».

LUIS GARCÍA JAMBRINA (ABCD de las letras)