domingo, septiembre 09, 2007

La Vaca de la Independencia


Ya estoy de vuelta del viaje interminable por Jordania. Toda una aventura por tierras santas, que de santas me parece que tienen las santas ganas de salir de allí. No es que lo pasara mal, al contrario, pero ver tanto desierto interminable y tanto crimen contra el patrimonio me producía un hastío soporífero.
Llegamos a Aqaba en un vuelo espantoso con una compañía que pretende ser aérea y se queda en aerofágica, por la retención comprimida de pasajeros. ¡Ay, cuánto eché de menos a mi querida Iberia! Allí hacía un calor espantoso, pero el Hotel era tan espectacular que se me pasaron las malas pulgas del viaje. Por la noche salimos a dar un paseo por la ciudad, yo estaba tan ansiosa de ponerme los vestidos que me acababa de comprar en Berlín, que me coloqué el menos indicado para el contexto. Imaginad que me planto un vestido escotado con toda la espalda al aire y me lanzo a las calles del centro repleto de musulmanes. Cuatro mujeres sombra, a las que sólo se les veían los ojos, me hacían de contraste y como están ya muy vistas sin que nadie las haya visto jamás, pues eso, a mirarme a mí por todas las calles de la ciudad. Ni en una obra me han dicho tantas cosas juntas. Imagino que algunas no sería piropos. En fin, que al ver tanto hombre por la calle y con la mala leche que se me pone cuando veo a las mujeres sombra, que más que mujeres me parecen pañuelos negros con patas, me decido a encenderme un cigarrillo. Horror, las miradas me lapidaban. Una mujer fumando por la calle con un escotazo de infarto. Todos muertos de repente y yo con la adrenalina por los cielos de Alá. ¡Pero si esas mujeres llevan hasta guantes! Qué calor hacía en Aqaba, por Alá y yo sin mi abanico spanish. En la piscina estas mujeres ni se bañan, se quedan en el borde viendo como el resto de la familia se refresca en paños menores. No puedo con esto. Algunas más innovadoras se metían con sus ropajes en el agua. Qué imagen más extraña y yo sin poder hacer top less. En fin, menos mal que los jordanos son muy pacíficos y encantadores y sólo miran. Lo curioso es que me contaron que estas mujeres piensan que las occidentales somos demasiado generosas al enseñar tan abiertametne nuestro escote y demás zonas consideradas eróticas a todos los hombres. Ellas se cubren sólo para salir a la calle, en casa están como les da la gana. Además piensan que las esclavas somos nosotras y no ellas. Las occidentales vivimos condenadas a la cosmética, moda y cirujía. Anda, leñe, pues tienen razón en este aspecto. Menudo ahorro en cosmética y menuda comodidad. Imaginad, mujeres, sin depilaros ni el bigote, yendo a por el pan recién levantadas de la cama, evitando el cáncer de piel, sauna móvil incorporada para eliminar toxinas, adiós a los michelines y la celulitis (ya no importa), vuestros maridos serán siempre fieles, ya no mirarán a otras, adiós a las rubias (no se les ve el pelo), el tinte para las canas puede esperar, etc. Pues es para pensárselo... pero no. Qué porras, a mí me gusta estar esclavizada con potingues, trapos y demás (la cirujía me parece anacrónica, me encantan las arruguitas que aún no tengo) porque lo hago por y para mí, no para ningún hombre sino sólo porque Yo y sólo Yo me siento bien así, cuidando mi imagen y aspecto externo, así como también cuido el interno (sólo el coco). Así es que nosotras también somos esclavas, vale, pero tenemos más gracia y embellecemos el contexto y la historia con el glamour y la femineidad. Ala, me voy a quitar la mascarilla para el pelo que me he comprado en el mar muerto. Ay, cuánto desperdicio de cabellera negra al viento hay en Jordania.















2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ese paseo por las calles con ese modelo lo anoto entre tus buenas obras. Quizá hayas hecho más por el deseo de desencadenar la vida de lo que piensas.

Porque grande es la belleza que se muestra ante las hijas y los hijos de los hombres.

Palabrita.

Beatriz Russo dijo...

Ojalá mi hazaña de modelito escotado hubiera servido para algo más que ser una osadía y las mujeres quemaran sus hábitos impuestos.
En fin, tiempo al tiempo.

Gracias por el piropo, Nán.