lunes, febrero 20, 2006
Una vaca que viaja demasiado
El problema de ser una vaca que viaja demasiado es organizar el tiempo en unidades divisibles no ya en milésimas de segundos sino en millonésimas de terceros, cuartos y quintos. Y cuando hablo de terceros, cuartos y quintos estoy estableciendo unas unidades descomunes a todo sistema de medición del tiempo. Todo este rollo para deciros que viajo mucho y recopilo más. Hoy he ido a ver la última obra de Tomaz Pandur - 100 minutos - y me he quedado casi igual que antes de que pasaran esos 100 minutos. Digo casi igual porque tan sólo me ha quedado, a parte del numerito a lo Queen o Village People versión sadomaso, una nueva forma de concepción del tiempo, ya no sólo físico sino sensorial, sensitivo, emocional o instintivo. Y me he dicho a mí misma en un diálogo interpersonal "andá, pues claro, ya no voy a celebrar ningún aniversario estúpido, ahora mi tiempo es otro y sólo envejeceré a medida que vayan envejeciendo mis emociones, mi instinto, mis sensaciones y me aplaste no ya el peso de la arruga, sino el peso de la memoria, como si mi yo quedara atrapado entre las páginas de mi propia enciclopedia, como si yo fuera uno de los tréboles que mi padre me suele regalar cuando le visito y que yo guardo en un libro recién leído". Y así, con estas reflexiones comienzo a pasar las primeras páginas de la memoria y me acuerdo de Berlín y de que aún no he escrito nada sobre Berlín.
Berlín - Berlinale (Parte I)
Hada Marina y yo, sin Pez Nemo (para nuestra tristeza) nos dirigimos a Berlín en un vuelo lleno de espías. Bueno, en realidad, las espías éramos nosotras, pero como estábamos llenas de ojos parecía que el avión sufría un overbooking de ojos y de espías. A nuestro lado y separados por el pasillo, un sospechoso de ser un control de calidad camuflado. Yo, que tengo un radar anatómico incorporado, me percato y le escribo al azafato una nota avisándole del peligro. Me da las gracias por el buen compañerismo y se va pitando a avisar al sobrecargo. Comienza la psicósis a bordo. El sobrecargo se acerca a él y le ofrece algo para beber, también le ofrece un asiento más cómodo, todos le sonríen cada vez que pasan por su lado e incluso le ofrecen más prensa. Y el sospechoso, muy serio y educado les da las gracias casi incomprensiblemente y después escribe sobre un taco de folios en blanco. Todo está saliendo estupendamente. No hay que preocuparse, pero yo quiero saber qué está escribiendo y me pongo a leer el periódico sacando casi medio cuerpo del asiento. Su letra es demasiado pequeña, pero casi logro leer la palabra vuelo. No hay duda, he salvado a la tripulación. Me duermo, me despierto y el sospechoso se ha relajado. Me ofrece su periódico y le da la vuelta a los folios. Están escritos a máquina por la otra cara. "Vaya - pienso- ahora se pone a revisar el guión de lo próximo que tiene que controlar". Vuelvo a sacar mi cuerpo al pasillo para leer mejor y descubro con horror que está leyendo el texto de un guión cinematográfico. Enrojezco de imaginación enajenada y se lo cuento a Hada Marina que me suplica que me calle y no diga la verdad a la tripulación. Nerviosa miro hacia atrás y descubro que los azafatos están amotinados en el galley y tras sorprenderme mirándoles me hacen señales para que acuda hacia ellos. Yo me acerco muerta de horror y risa y ellos me reciben preguntándome si estaba segura de que era un control de calidad porque habían visto que el tipo en cuestión, al que habían estado peloteando todo el vuelo, estaba leyendo un guión cinematográfico y que como íbamos a Berlín y era la berlinale, pues que ellos pensaban que igual no era un control de calidad. ¡Cómo que no! - protesto por su falta de confianza en mis sospechas - pues no se va a poner a leer la secuencia de trabajo delante de vuestras narices. El tipo tiene que disimular de alguna manera y qué mejor para despistar que leerse un guión de cine. Ellos se quedan pensativos y me dan la razón. Regreso a mi asiento y me callo el resto del vuelo, no sin dejar de mirar al sospechoso, que ya sospecha que me he enamorado de él y me sonríe todo el rato. Acaba el vuelo y Hada Marina y yo salimos escopetadas del avión rumbo a la gran noche rusa (mañana os contaré por qué fue una gran noche rusa)
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