A veces ocurre que el surrealismo, tan lejano de la vida cotidiana como se cree, se encuentra a la vuelta de la esquina. La palabra surrealista aparece en el subtítulo de Las tetas de Tiresias (drama surrealista), en junio de 1917, para referirse a la reproducción creativa de un objeto, que lo transforma y enriquece. Como escribe Apollinaire en el prefacio al drama,
- Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar, creó la rueda, que no se parece a una pierna. Del mismo modo ha creado, inconscientemente, el surrealismo... Después de todo, el escenario no se parece a la vida que representa más que una rueda a una pierna.
Y hay semanas en que el surrealismo lo ocupa todo. Quizás sea algo subjetivo y no se ajuste a los parámetros definidos por Apollinaire pero lo cierto es que esta última semana me han ocurrido cosas que en reducción al absurdo denomino surrealistas. Para empezar, y refiriéndome a las piernas, Pez Nemo y yo vivimos un momento que si mi buen amigo Pez Barroso hubiera estado allí, habría tomado la situación como inspiración para uno de sus cortos. El domingo, después de la polémica final Italia- Francia, me tuvieron que trasladar al Hospital (los nervios me provocaron un cólico). Coincidía con el cumpleaños de mi amigo Pez Música y tras la cena (olé por Pez Shu) nos fuimos derechos a que me inyectaran una dosis de Buscapina y Nolotil. El chute fue tremendo y salimos Pez Nemo y yo medio somnolientos (él por empatía) hacia el coche. Había dos enfermeras en la puerta fumándose un cigarrillo. Esa noche me quedaba a dormir en casa de Hada Marina, que no me dejó dormir sola. Cuando Pez Nemo aparcó se dio cuenta de que sus sandalias no estaban dentro del coche (tiene la costumbre de conducir descalzo). Las buscamos por los sitios más insospechados y al final decidimos regresar al Hospital (quizás estuvieran debajo de la camilla, en la sala de espera, en la consulta del médico). El coche avanzaba lentamente por el aparcamiento. Las enfermeras se estaban fumando su quinto pitillo y la plaza de aparcamiento estaba ocupada, no por un coche sino por las dos sandalitas perfectamente aparcadas en un lateral. Las enfermeras nos miraban entre bocanadas de humo. Pez Nemo aparcó sigilosamente, sacó sus piececillos del coche, los calzó con las sandalias y las puso a conducir sobre el embrague y el acelerador. Las enfermeras seguían apurando sus cigarrillos en silencio mientras veían cómo los dos tarados del coche se alejaban sintiendose casi culpables de cualquier cosa. Desde entonces me persiguen las sandalias aparcadas. Quizás sean de alguien que no quiere que le vea y se hace invisible. Sé que alguien me espía porque no es normal que junto a mi coche siempre haya una zapatilla sin pie. O quizás sea una señal, la zapatilla que Cristo perdió yo la encontré o quizás sea un ceniciento al que tengo que buscar en mi reino. No lo sé. Me espero cualquier cosa. A lo largo de mi vida me han estado llegando toda clase de presentes anónimos: bombones, ramos de rosas, cartas sin remite, un geranio y una tortilla de patatas y cebolla a la puerta de mi casa, pendientes de oro y ahora sandalias. ¿Qué está ocurriendo?,¿esto es normal?, ¿le ocurre a todo el mundo? No sé.
En fin, lo gracioso es que Pez Nemo ya no se atreve a ponerse sandalias por miedo a llegar a su casa descalzo. Es más, se está planteando no tener novia por temor a marcharse a su casa olvidándola en la mesa de un restaurante. Y lo de tener hijos ni hablamos, a no ser que los saque a pasear con una correa. Si fuera tan fácil olvidarse de los malos recuerdos como se olvidan las sandalias en el aparcamiento del Hospital, la vida sería menos complicada.
Afortunadamente, yo sí me olvido de lo malo y de lo bueno nunca.
Lo bueno fue la presentación de mis amigas mosqueteras (Pez Ale y Pez Ceci) en Amargord. Lo bueno fueron sus voces, su entusiasmo y la complicidad que mantuvimos en todo momento las tres. Lo bueno fue también Pez Paquito, que nos obsequió con una botella de pacharán para que fuéramos más nosotras, las tres poetas amigas que trasnochan junto a una botella de pacharán y hablan hasta el amanecer de lo que se puede y no contar. Éstas son las cosas buenas que hay en mi vida.
Y cambiando de presentación, lo bueno también fue asistir a la presentación del libro de mi amigo Pez Barroso M.A. Antonioni. Técnicamente dolce en la Filmoteca e intercambiar dedicatorias como si nos estuviéramos cambiando cromos. Lo bueno fue conocer a Pez Alas y ver de nuevo a Pez Aute, que siempre me hace reír y sonreír. Todo esto es lo bueno que hay en mi vida.
Y también es bueno saber que Pez Fugu es capaz de interrumpir una tarde familiar por acudir en mi ayuda y hacer que me sienta como en casa visitando a su familia y ver cómo Pez Ámbar limpia ámbar en su jardín para hacerle un colgante a alguien querido. Fue tan tierno verle junto al barreño lavando la pieza y puliéndola con esa delicadeza que sólo alguien como él, pone en todo lo que hace; ver a su madre toda hecha una sonrisa amable que prepara un té de roibós; compartir con Pez Alba y la pequeña Pez Mica la dulzura y el amor de una tarde familiar. Todo esto es lo bueno que hay en mi vida.
Lo bueno de cenar con mi amigo Pez Basi y Pez Maroto (que insiste en quitarme las gafas y operarme los ojos, poeta cirujano) y ver que aunque pasen los años todo sigue siendo igual que siempre, igual en la amistad.
Habría que hacer una revisión a las cosas importantes de la vida y olvidarse de aquello que las eclipsa, quizás prestando más atención a lo bueno que nos rodea, que estoy segura de que es más valioso que las penas. Y cuando nos entre el bajón buscar la belleza. Pez Jimy la otra noche supo cómo hacerlo, me regaló un ejemplar de Brodsky que no tenía y me invitó a entrar en la metabelleza de Pan de lujo donde cenamos bajo luces indirectas y paneles iluminados que cambiaban de color junto a isletas de hierba sobre el agua. Y ahora sé que es posible encontrar la felicidad cuando se aspira a ella.
En fin, lo gracioso es que Pez Nemo ya no se atreve a ponerse sandalias por miedo a llegar a su casa descalzo. Es más, se está planteando no tener novia por temor a marcharse a su casa olvidándola en la mesa de un restaurante. Y lo de tener hijos ni hablamos, a no ser que los saque a pasear con una correa. Si fuera tan fácil olvidarse de los malos recuerdos como se olvidan las sandalias en el aparcamiento del Hospital, la vida sería menos complicada.
Afortunadamente, yo sí me olvido de lo malo y de lo bueno nunca.
Lo bueno fue la presentación de mis amigas mosqueteras (Pez Ale y Pez Ceci) en Amargord. Lo bueno fueron sus voces, su entusiasmo y la complicidad que mantuvimos en todo momento las tres. Lo bueno fue también Pez Paquito, que nos obsequió con una botella de pacharán para que fuéramos más nosotras, las tres poetas amigas que trasnochan junto a una botella de pacharán y hablan hasta el amanecer de lo que se puede y no contar. Éstas son las cosas buenas que hay en mi vida.
Y cambiando de presentación, lo bueno también fue asistir a la presentación del libro de mi amigo Pez Barroso M.A. Antonioni. Técnicamente dolce en la Filmoteca e intercambiar dedicatorias como si nos estuviéramos cambiando cromos. Lo bueno fue conocer a Pez Alas y ver de nuevo a Pez Aute, que siempre me hace reír y sonreír. Todo esto es lo bueno que hay en mi vida.
Y también es bueno saber que Pez Fugu es capaz de interrumpir una tarde familiar por acudir en mi ayuda y hacer que me sienta como en casa visitando a su familia y ver cómo Pez Ámbar limpia ámbar en su jardín para hacerle un colgante a alguien querido. Fue tan tierno verle junto al barreño lavando la pieza y puliéndola con esa delicadeza que sólo alguien como él, pone en todo lo que hace; ver a su madre toda hecha una sonrisa amable que prepara un té de roibós; compartir con Pez Alba y la pequeña Pez Mica la dulzura y el amor de una tarde familiar. Todo esto es lo bueno que hay en mi vida.
Lo bueno de cenar con mi amigo Pez Basi y Pez Maroto (que insiste en quitarme las gafas y operarme los ojos, poeta cirujano) y ver que aunque pasen los años todo sigue siendo igual que siempre, igual en la amistad.
Habría que hacer una revisión a las cosas importantes de la vida y olvidarse de aquello que las eclipsa, quizás prestando más atención a lo bueno que nos rodea, que estoy segura de que es más valioso que las penas. Y cuando nos entre el bajón buscar la belleza. Pez Jimy la otra noche supo cómo hacerlo, me regaló un ejemplar de Brodsky que no tenía y me invitó a entrar en la metabelleza de Pan de lujo donde cenamos bajo luces indirectas y paneles iluminados que cambiaban de color junto a isletas de hierba sobre el agua. Y ahora sé que es posible encontrar la felicidad cuando se aspira a ella.
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