Ahora que está de moda todo lo de última generación (cosa que me asusta un poco porque me suena a apocalipsis) y todos se apuntan al argot tecnológico, no es de extrañar que los obreros de toda la vida se empiecen a autodenominar artistas de última generación. Y hay que reconocerles que son unos artistas, pero unos artistas bien dotados en el arte de dejarla a una tirada.
Yo, que soy una vaca-poeta de última generación, aún no entiendo cómo se las apañan para hacer lo que les da la gana y cobrar lo que también les da la gana. Claro, que soy una ternerita que a veces se cae del guindo y sólo se da cuenta de su ingenuidad cuando se da la leche y ve que los artistas del pueblo ya se han escapao, riau, riau.
Pues hoy resulta que los técnicos de lavadoras de última generación me han dejado plantada. Vaca-poeta lavando a pezuña se hace el haraquiri tras ser abandonada por el técnico de última generación de Indesit- rezará mi entrada en la crónica de sucesos. Llamo al servicio técnico para protestar y me dicen que me llamarán para informarme. No me llaman. Llamo de nuevo y ya se han ido a comer. Llamo por la tarde y me dicen que el artista irá el jueves (recuérdese el artículo de Larra Vuelva usted mañana). Ah, el jueves, dos días más lavando a pezuña. Vale, y¿a qué hora? Ah... entre las 09.00 y las 18.00. Ah... qué bien, nueve horas de imaginaria en mi casa. Y, ¿por qué no me avisa el técnico de cuándo va a venir? Ah... que no tiene móvil. Pero hombre, señora, no me tome el pelo, ¿cómo no va a tener móvil un artista de última generación? Ah... que se comunica con él mediante un busca, ya veo, pues dígale que me llame desde una cabina. Que eso no lo va a hacer. Pues que usía me perdone, pero ya es hora de que se haga un artista de última generación y se compre un móvil, hombre.
Y eso no es nada comparado con las chapuzas de otros artistas de oficio al puro estilo holibudiense: Coge el dinero y corre; Esta casa es una ruina, La mano que mece el martillo, Granujas de medio pelo, El arca de Noé, Polstergate (en el jardín), etc... Nada que hacer. Son incorregibles pero también imprescindibles y como lo saben, pues eso.
Últimamente todo en mi vida son obras, grandes obras. Las casas de Caballito de mar, Palometa, Nemo y Musa Marina en reconstrucción; mis novelas, una aún en construcción y otra en reconstrucción; mi salud psíquica en reconstrucción, mi salud física aún sobre el plano y mi cuenta corriente (y tan corriente que se las pira) en demolición.
Pues con tal panorama sólo me queda la poesía de última generación para consolarme. Porque, que duda cabe, la nuestra es una generación de última generación. Suena algo redundante pero es así. Sonaría un poco futurístico denominarnos: generación 2001, odisea en el espacio, pese a ser muy apropiado, visto el uso catastrófico que se le da al espacio en blanco. Mis predecesores sí que se lo montaron bien: generación del 98, del 27, del 36, del 50, del 60, del 68 ó 70, del 80, ... y llegados al 2000: confusión. Tanto con el año 2000... que si los coches iban a volar (como las vacas y los burros), que si la alimentación sería a base de píldoras, que si nos compraríamos un apartamento en Marte o una multipropiedad interplanetaria, y ahora resulta que llegamos al 2000 y no somos capaces de poner nombre a una generación poética. Pues, qué fiasco. Ahora bien, prefiero la incertidumbre a aquello de La promoción del 2000, que suena a graduación de colegio mayor (y va con segundas) o como sugiere Jorge Herralde: La cofradía del cuero (realismo sucio en poesía)
En fin, a modo de Casa Blanca:
Ilsa: But, what about us? (¿qué será de nosotros?)
Rick: We´ll always have París (Siempre nos quedará París)
Esperemos que el amor triunfe sobre la virtud.
martes, noviembre 08, 2005
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