Así me hallo este fin de semana, en bata y zapatillas. Y no es para menos, después de esperar meses y meses a que editaran la última temporada de Friends, es un placer vaquear en mi sofá con mi mantita de Camargo y mis calcetines gordos. Y es que no hay nada mejor que ser el espectador de la vida de otros, y si no, que se lo pregunten a Dios y a su séquito de vírgenes y santos.
Reconozco que a mí me va el teletransporte, eso de meterme en todos los asuntos de las series de televisión. A veces tengo complejo de fantasma que pulula por Central Perk (la cafetería donde se reúnen los protagonistas de Friends) y me siento junto a Rachel y me río a carcajadas con su sentido del humor, o me abalanzo como una posesa sobre Ross, pero ninguno me ve, ni me siente, ni me habla. Soy como Patrik Swayze en el papel de Ghost. Es frustrante. Sin embargo, estas series de televisión me dan la vida cuando comienza a apagarse mi luz. Porque mi vida es como una lámpara a la que hay que ir cambiándole las bombillas fundidas, y a veces me ocurre que no encuentro el recambio o no me decido por la intensidad de la bombilla. Entonces, enciendo la TV, pongo el DVD y me ilumino con otras luces. Y una de estas luces es Friends. Y me da igual lo que opinen los intelectualoides, que seguro bajarían mi nivel de intelectualidad si se enteraran de que la Vaca-poeta ve estas gilipolleces. Pues se equivocan porque no sólo veo estas gilipolleces, sino que También-Veo-Estas-Gilipolleces, entre otras obras maestras del canon intelectual. Porque seamos serios, ¿acaso los intelectuales no van de stalinistas cuando alguien se sale un poco de su patrón cultural? Todo por la causa intelectual y si no, a la cárcel o al paredón. Pues a mí, de vez en cuando me gusta salirme del patrón y ver Friends, Sex in the city, Mujeres desesperadas, Perdidos, Abuela de Verano, Frijolito, y volvería a ver Verano azul.
Pero, ojo, que ver teleseries no tiene la misma repercusión social que ver la actual telebasura. Los montajes masivos que se han creado en los últimos años no han servido sino para manipular la conciencia de los jóvenes. Son programas nocivos que no instruyen sino que construyen un pensamiento social anulando las capacidades del individuo como ser individual y destruyen la lucha de muchos profesionales por ganarse un lugar en su medio laboral. Gran Hermano pudo haber sido un buen experimento social, pero se convirtió en una chapuza vulgar con gente que no merece los privilegios posteriores. Algunos acaban presentando programas o sirviendo de imagen popular. No me extrañaría que pusieran sus nombres a una calle. Pienso lo mismo de Operación Triunfo, pese a que haya algún buen potencial de voces encasilladas en el marketing de la fábrica. Y no hace falta que hable del fenómeno Bisbal que, por cierto, aparece en el último libro de Michel Houellebecq, La posibilidad de una isla, y constituye la máxima expresión de la manipulación de las capacidades musicales de los adolescentes.
Mis teleseries sólo me hacen sentir de mejor humor, por eso, ahora me preparo para el maratón Friends, que me he quedado en cuando Joey y Rachel se lían.
No hay nada como sentirme un Dios espectador en bata y zapatillas.
domingo, noviembre 06, 2005
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