Esta mañana cierro mi correo Yahoo y me aparece el siguiente anuncio:
Tiene ----- minutos para esta oferta especial. No pierda su chance de vivir y trabajar en Estados Unidoss Su nueva vida en América comienza aquí.
O sea, que en el sorteo de entrada en el Gran Estado, tenemos x minutos para decidirnos a rellenar un formulario. No, si lo de la cuenta atrás ya se traslada al papeleo burocrático, como si esa cuenta atrás fuera la condena de nuestras miserables vidas a la silla eléctrica y tras nuestra muerte encontráramos el paraíso americano. Que no se enteran que EEUU está demodée y no me extraña. Recuerdo en mis buenos tiempos aéreos el calvario que nos hacían pasar las autoriadades americanas con sus absurdas normas para la entrada de alimentos. Recuerdo cómo antes de aterrizar nos veíamos envueltas en un lío de aquí para allá buscando por todos los rincones del avión una fruta o un yogur despistado para depositarlo en una bolsa de basura que entregábamos a seguridad aeropuertaria en cuanto abríamos las puertas del avión. También recuerdo, y esto también nos lo exige el Reino Unido (tal para cuál), cómo nos volvíamos locos haciendo el inventario del alcohol que quedaba en el avión, adecuadamente reflejado en formularios llenos de códigos y claves. Todo esto mientras unos se dedicaban a la recolecta de fruta, otros aseguraban la cabina, otros recogían los restos, otros se cortaban las venas en el baño (éramos 4 tripulantes para la cabina de turista) y el sobrecargo se levantaba de la supersiesta a protestar porque se nos había corrido el rímel y el moño estaba despeinado. Pero la cosa no acababa ahí, aún quedaba lo peor. La humillación que nos hacían pasar era tal que a veces me daban ganas de arrodillarme con los brazos en cruz y pedirles que me flagelaran, que todo era culpa nuestra por llevar tanta sangre árabe en las venas. Sorry, sorry, sorry, mil veces sorry. Y después de hacernos la foto de la pupila, registrar nuestras huellas y enseñales los dientes, como si fuéramos reses, nos concedían el privilegio de ingresar en su mundo feliz. Tienen suerte de que mi amor por Nueva York sea tan desmedido que sea capaz de aguantar todo lo que aguanté para entrar en cumplimineto con mi obligación laboral. Otra ciudad y me doy de baja por estrés.
La salida era aún peor, nos hacían descalzarnos y caminar sobre una alfombra mugrosa que atravesaba el detector de metales. Un día decidí negarme, con el consiguiente acojone de mi tripulación. No me descalcé y la policía obesa (como no) me llevó a un apartado y me hizo descalzarme sobre una alfombra aún más mugrosa. Me negué a quitarme los zapatos, explicándole que no quería llevarme a mi país ningún virus que hubiera en la alfombra y ella me dijo "You have no option". Osea, que a mí me quitan mi manzana para no transmitir ninguna enfermedad a su "Mundo feliz" y mis pies pueden exportar sus enfermedades raras.
Todo esto viene porque el otro día en el aeropuerto me partía de risa escuchando el mensaje de megafonía informándonos que en los vuelos a Argentina y Estados Unidos no se podía llevar líquidos ni geles en el equipaje de mano. Otra de sus excentricidades. No tuvieron bastante con prohibir los cubiertos metálicos, no, ahora el puntito es líquido. A mí, en el fondo me da igual, pero me divierte ver la poca imaginación que tienen a la hora de prever las posibles armas que se pueden crear con cualquier cosa, botellas de cristal, por poner un ejemplo. Y podría contaros más anéctotas sobre nuestras tribulaciones en el paraíso americano, pero "pá qué". No me extraña que sorteen Green Card, a ver quién tienen la paciencia de soportar todo eso.
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