A veces ocurre que hay semanas que se me instala el surrealismo, o quizás sea que yo me lo busco, no sé.
Resulta que esta mañana regresaba de la panadería artesanal, donde compro el pan alemán con 16 cereales multivitamínicos, y no he podido resistirme a comerme una rebanada por el camino. Supongo que la cara de placer que se me pone mientras paladeo su esponjosidad da lugar a malas interpretaciones. O quizás todo radique en que no se debe comer un pan orgásmico mientras se conduce...
La escena que sigue merece la pena ser narrada a cámara lenta... . Qué limitada resulta la técnica descriptiva sobre el papel, los escritores no podemos hacer ralentí a lo Matrix. Si alguien sabe cómo hacerlo en narrativa, que me lo explique, please...
Todos los días paso junto al colegio hebreo, cosa que no está mal porque siempre hay una patrulla de la policía nacional cubriendo el perímetro de mi casa. Nunca me había fijado en los policías, ya que en raras ocasiones salen del coche. Sin embargo, esta mañana uno de ellos estaba fuera, apostado en la acera, como una estatua. Ay, qué imagen, casi le atropello de la impresión. Su porte era tan escultural, magnánimo y poderoso que no he podido evitar brindarle mi rebanada de pan, me ha salido del alma. O eso o que el cóctel de simientes me sienta mal (igual lleva semillas de cannabis). El caso es que no se puede ser tan Adonis y ponerse esas gafas Ray ban de sol sin que haya consecuencias.... Su respuesta ha sido automática, gesto de mano y parada a la derecha.
– Buenos días.
– Buenos días – respondo con la ortodoncia habitada por las semillas de la rebanada de pan alemán multicereales.
– Dígame – me pregunta.
– ¿Yo? – pregunto alucinada – ¿qué quiere que le diga?
– Usted me ha hecho un gesto para preguntarme algo – explica.
– ¿Yo? mire que me extraña, no tengo nada que preguntarle. Bueno, sí, ¿sabe si se puede poner una silla de niño de 6 años en el asiento delantero? – pregunto para salir al paso.
– No, no se puede, tiene que ponerla en la parte trasera. ¿Algo más? – inquiere.
– Pues no, nada. Y, usted, ¿algo más? – pregunto.
– Nada. ¿Todo en orden? – insiste.
Obviamente no podía responderle a esa pregunta.... ¿Todo en orden? Pues no, ¿quién tiene hoy en día todo en orden? Vaya pregunta, deberían reciclarse. El orden es un concepto obsoleto, ya nada guarda un mínimo orden. Bueno sí, él sí tiene que seguir un orden, más bien una orden. Podríamos haber filosofado sobre estas cuestiones, pero claro, no era el caso, esto lo hago con algunas personas como mi albañil, el encargado de la papelería, el jardinero, pero, ¿con un policía?, con lo que me imponen...
– Todo en orden y a la orden – respondo, poniéndome la mano en la sien, a lo militar, y un segundo después aprieto los dientes tanto que casi se me saltan los brackets. Patética, soy patética cuando me pongo nerviosa. Por dios que no se quite las gafas que me da un mareo.
Y se las quitó.
– Lléveme a urgencias – casi le digo – o prepárese para un servicio de reanimación. No se puede ser más espectacular. Vaya ojos verdes. Como le vea Anita Obregón, que vive por la zona, le lanza a la pasarela. No puedo competir con ella.....
– Ya puede continuar – me informa.
– Gracias, agente, es usted un amor – maldito subconsciente – quiero decir, muy amable. Es que yo hablo así, ya sabe, las pijas tenemos siempre esa muletilla para todo, eres un amor, un cielo, adorable, etc... (pausa roja ruborosísima) y se nos escapa....es por costumbre. Ay, Dios, bueno me voy ya, que al final me va a detener por imprudencia verbal....
Y sorprendentemente el agente suelta una carcajada tan sonora como mi motor al pisar el acelerador. El muy cretino seguro que se aburre de estar vigilando el colegio hebreo mientras ve pasar constantemente a barbitúricas montadas en sus Porsches Cayenne, y ha debido de pensar que un poco de distracción no le viene mal a nadie.
Y yo no vuelvo a comer pan mientras conduzco, antes me muerdo las uñas. Aunque igual me para de nuevo por gestualidad sospechosa. Una no sabe nunca cómo actuar ante los representantes de la ley....
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